viernes, 15 de octubre de 2010

El aborto no puede ser un derecho... de nadie

En la sociedad de nuestro tiempo, de forma taimada, nos están cambiando los valores tradicionales por sus contrarios. Así, oscuras fuerzas disfrazadas de modernidad intentan que aceptemos el aborto como parte del progreso; un logro social para la mujer; al final, un derecho incomprensible. Para convencernos de su bondad, nos hacen creer que ese derecho permitirá superar a las mujeres los condicionantes propios de su naturaleza femenina y que podrán realizarse como personas al quedar liberadas de la carga milenaria de soportar embarazos no deseados. Como estamos hablando de aborto libre y no de casos extremos donde estaría en juego la vida de la madre, ese derecho general al aborto que reconocen a la mujer no tiene justificación, pues contradice el derecho a la vida del hijo que lleva en su vientre:

Aunque sean leyes aprobadas democráticamente, si no siguen los cauces del Derecho Natural, no alcanzan esa legitimidad que las hace indiscutibles al paso del tiempo, pues, el Derecho Natural, aunque no esté escrito, es anterior a cualquier derecho positivo. En el Derecho Natural está grabado a fuego, como un derecho básico del ser humano, el Derecho a la Vida. Ese derecho es fundamental y anterior a cualquier otro derecho del ser humano, por lo tanto, si esas oscuras fuerzas quieren imponer el aborto como un derecho general de la mujer, antes tendrán que echar abajo el Derecho a la Vida.

Los políticos se han limitado a disfrazar el aborto con descripciones huecas como “Interrupción Voluntaria del Embarazo”, etc., en un intento de tapar la realidad y que la sociedad termine aceptando el aborto como algo útil y positivo para la mujer y para la sociedad: un cambio que forma parte del progreso. Y es que, lo de poner palabras finas a asuntos oscuros es una práctica muy arraigada entre los que gustan de blanquear la realidad. Por no irnos muy lejos en la historia, los nazis acostumbraban a esconder su holocausto judío con frases neutras como “Solución Final“. Lo llamen como lo llamen, el aborto libre siempre será “el asesinato de un ser humano no nacido, llevado a cabo por otra persona –normalmente un profesional de la medicina-, con el consentimiento de la madre”.

En esa línea de ruptura con las tradiciones y sin argumento doctrinal o científico alguno, nuestros políticos han convertido el aborto en nuestro país en un derecho de la mujer y lo han hecho por las bravas, pensando que la voluntad del legislador no tiene límites.

Pero, por mucha legalidad que ostente ese derecho, les guste o no a los políticos que lo han impulsado, el aborto libre será como mínimo un homicidio, sean cuales sean las palabras que utilicen nuestros legisladores para tapar la sangre. No basta con sacar del código penal un delito para que éste deje de serlo, tendrá que salir también de la cabeza de las gentes con sentido común. Por otra parte, si el legislador permite asesinar inocentes no nacidos, ¿qué vendrá después? La ley no puede cambiar los hechos: en un aborto, se priva de la vida a un ser humano cuando está en proceso de formación. Las eximentes, atenuantes o agravantes que concurran en cada caso funcionan en el aborto como en cualquier otro delito, y nunca debería considerarse su práctica un derecho de nadie. Nadie puede arrogarse el derecho de matar a otro ser humano y mucho menos, en un tiempo en el que el propio Estado ha renunciado a aplicar la pena de muerte a sus ciudadanos, por graves que sean sus delitos. En nuestra legislación actual sin embargo, ese derecho supone que la madre puede decidir sobre la vida de su futuro hijo como nunca lo haría un juez, que antes lo juzgaría; acto seguido, un médico se constituye en verdugo y cumpliendo la voluntad de la madre, saca al ser humano indefenso que lleva en el vientre para dejarlo morir o matándolo previamente.

Está claro, que la madre, cuando toma la decisión de abortar, está pasando por un momento duro en su vida, pues nadie en sus cabales aborta alegremente. Le ponen delante una solución a su problema que parece rápida y limpia, como es abortar, pero lleva detrás unas consecuencias gravísimas que marcarán su vida y eso no se lo recalcan. Hay otras soluciones compatibles con su situación, que se llaman ayudas. Cuando se le ofrece una ayuda acorde a su necesidad, la mayor parte de las veces, la futura madre opta por tener al bebé. Parece que es mejor negocio desalojar al feto del vientre materno y triturarlo para que sirva de alimento a las ratas, antes que amparar a las mujeres embarazadas con problemas, para que no tengan que abortar. Eso no se hace o se hace en contadas ocasiones.

En este juego, unos 125.000 españolitos se fueron por las alcantarillas de las clínicas abortivas en el último año, en un país que se queja de tener baja natalidad y que en alguna ocasión plantea en los telediarios alternativas a este problema, pues vivimos en una sociedad envejecida, con una Seguridad Social al borde de la quiebra. Pues bien, nuestros políticos, en lugar de amparar a las madres para que tengan a sus hijos, mejorando nuestra pobre natalidad y nuestro futuro, las animan a abortar para que sigan enriqueciéndose los Morines de turno.

Para evitar nuevos escándalos, quieren que los abortos sean practicados en la Seguridad Social y como la mayoría de los médicos se niegan a practicar abortos, en el Consejo de Europa están maquinando leyes para acabar con la objeción de conciencia.

Por no hacer más largo este artículo, seguiré desgranando el problema del aborto  en nuevos artículos: Ver qué organizaciones mundiales están favoreciendo el aborto y otras historias que, seguramente, nos pondrán los pelos de punta.

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