miércoles, 26 de mayo de 2010

Canción popular "La Corrutela"

En el paro quedé,

esperando la vez,

de sellar por tres meses o un año,

mientras un diputao ,

un piso ha regalao,

con la pasta que le da el escaño.


Hay que ser infeliz

por pensar que en Madrid

Zapatero nos saca de apuros.

En sus cosas está,

más pallá que pacá,

hasta que no nos deje ni un duro. Bis


Yo no quiero guardar,

la fila de sellar,

y la paga del paro me pierda,

mientras los liberaos,

van con los diputaos,

en las manis que dicen de izquierdas.


Un subsidio me dan,

no puedo trabajar,

ni puedo disfrutar, sin dinero,

no puedo sonreír,

sólo puedo gritar:

¡No me deja vivir Zapatero! Bis


El trabajo da igual,

mi presente es buscar,

sin dejar que la sangre me hierva,

dura es la realidad:

no podré trabajar,

mientras siga mandando esta izquierda.


Si se van ya verás,

Lai lara la la la,

sin empleo y con cara de enfado,

pero no será igual,

ellos no sellarán,

su cartilla en la fila del paro. Bis


Lai lara la la la

Lai lara la la la…


Un subsidio me dan,

no puedo trabajar,

ni puedo disfrutar, sin dinero,

ni una caña tomar,

sólo puedo gritar:

¡No me deja vivir Zapateroooooo!


Riau, riau

lunes, 24 de mayo de 2010

Engañar no es delito y aprovecharse de los infelices tampoco

Algunos bancos se aprovechan de nuestra candidez.

La afición al dinero y el razonable deseo de sacar un poco más por nuestros ahorros, nos convierte en presa potencial de bancos y cajas con pocos escrúpulos que, prometiendo el oro y el moro en sus productos, terminan haciendo negocio redondo con nuestros ahorros. Como en el juego de la ruleta de un casino, que siempre gana la banca, con los sofisticados productos que nos meten por los ojos, las ganancias también son para ellos.

Un ejemplo:

Te venden un producto maravilloso por el que prometen un 5% a una parte de tu inversión durante un mes: perra y media de cebo. La otra parte -tu pez-, la inviertes a un plazo de 24 meses. Te dicen que esta parte de la inversión puede ir consolidando las ganancias mensuales que superen el 3% del IBEX (el índice por excelencia de la bolsa de valores española), Eso sí, cada mes sólo puedes ir sumando un máximo del 1,25%. Te advierten en el catálogo, que es un producto de riesgo, pero te ponen un ejemplo de lo más optimista, en el que te dicen que puedes ganar hasta un 18%, con la garantía, de que si las cosas van mal, no pierdes tu dinero, pues el capital está garantizado. Cansado de rechazar otras ofertas peores, al final te la juegas y le dices que sí, pensando que nunca cobrarás ese 18% del que hablan, pues te conformas con un 3%. Lo que se ha callado el bancari@, y en la propaganda se sobreentiende, es que, si la bolsa baja, te van a aplicar la bajada completa, con lo cual, el máximo del 1,25% que te aplican en las subidas, se lo comen con patatas en las bajadas.

Con esas cuentas de pillo, en los primeros 3 meses, tu Ibex particular acumula unas perdidas del 10 % y a los 6 meses un 28%. A los seis meses, los intereses que acumulas por pardillo son del 0%. Suponiendo que el Ibex hiciera el milagro imposible de subir los 18 meses que restan un 1,25%, la probabilidad de obtener alguna ganancia sería del cero patatero. Cuando se te ocurre preguntar, que información no te mandan ninguna, contestan que la culpa es del IBEX, por comportarse tan malamente, pero sabes que el IBEX ha hecho lo que hace siempre: subir y bajar. La culpa es de ellos, por vender un producto viciado y también de las autoridades bancarias por permitir semejantes prácticas. Si lo hiciéramos nosotros saldríamos en los telediarios.

Sabemos que en los timos hay dos pillos: el timador y el timado, y que no se sabe quién de los dos es peor. Aún así, la justicia carga la mano con el timador, que es el que ejerce la actividad preferida del diablo, de tentar al hombre. En nuestro caso, pillos sólo hay uno, que es la banca, pues nos vende un producto fallido desde el principio, porque ni siquiera tienes la probabilidad del cara o culo para ganar algo con él. No has ido al rastro a jugártela con trileros, has entrado en una entidad que se supone honesta y que está vigilada por autoridades. Tu culpa no está en la ambición desmedida, está en no haber mirado con lupa lo que te ofrecían y fiarte de su sonrisa.

El problema añadido es que confundimos a la persona que está detrás de la mesa o ventanilla del banco con tu asesor financiero, cuando no lo es: sólo es un vendedor al que premian por pescar incautos ¿Cuántos habrá dentro de las cárceles penando con mejor intención?, y no me refiero al vendedor, sino al directivo del banco que aprobó semejante oferta. Los malos de verdad suelen estar fuera y a salvo de la justicia. Eso sí: muy arriba.

Seguramente me timarán muchas veces, pues me empeño en confiar en las personas. Sigo pensando que los equivocados son ellos, por valorar más el dinero que la gente. Al final, ganando, pierden clientes y también amigos. Yo me iré con la música a otra parte.

lunes, 17 de mayo de 2010

¿Existe la crisis?

Ni soy economista, ni me considero un administrador de bienes propios fuera de lo normal: un riojano o soriano de la montaña más, que solemos nacer, según dicen, con la virtud o el defecto del ahorro; por lo tanto, mi explicación será poco científica y siempre pegada a la tierra. Procuraré no darla como Pepe Isbert, el inigualable alcalde de “Bienvenido Mr. Marsall”, la película de Berlanga, enrollándose con aquello de... "Como alcalde vuestro que soy, os debo una explicación, etc." Ahí os va:
Si pudiéramos hablar con los animales y les preguntáramos por la crisis, ¿dirían algo?
- Un animal de la sabana africana se encogería de hombros y diría que no ha oído hablar de ninguna crisis, que él, para sobrevivir, tiene los mismos problemas de siempre: la sequía le trae el hambre, las lluvias el alimento, la mayor o menor cantidad de depredadores, etc.
- Un animal del zoo o del circo, posiblemente nos dirá que ha escuchado hablar de la crisis a los hombres, y que debe ser algo malo, porque ha notado que la comida ha bajado en calidad y en cantidad y ya no ve tantos cuidadores cerca de su jaula, ni tantos visitantes o espectadores. Reconocerá, que se han llevado a algunos animales y no han vuelto; pero nada más.
Si hablamos con los hombres, habrá notables diferencias entre unos y otros:
- Si hablamos con un cartujo, también se encogerá de hombros y nos responderá que él, con sus rezos y su huerta, no ha oído hablar de ninguna crisis; que hablemos con el Prior o con el hermano Procurador, que son los que llevan la economía del convento.
- Tampoco las tribus amazónicas que habitan la intrincada selva –si quedan-, sabrán mucho de la crisis, entretenidos sus miembros en cazar monos y recolectar frutos, para alimentar a la tribu. Lo mismo ocurrirá con cualquier gente que viva aislada de nosotros y tenga una economía de supervivencia.
- Si pudiéramos hablar con alguno de los misioneros que andan encabezonados en acabar con la pureza y el aislamiento cultural de los indios, seguramente nos dirá que la crisis le afecta bastante, pues ha dejado de recibir ayudas y no sabe cuánto aguantará.
- Los indios que andan en tratos con la civilización, nos dirán que han oído hablar de la crisis en las telenovelas que ven por la TV comunitaria que les regaló el Alán García u otro zascandil de ese hemisferio.
Todo lo anterior nos sirve para concretar, que la crisis, aunque no tenga cuerpo físico, existe, pero, únicamente es percibida por aquellos seres que tienen contacto y dependen en mayor o menor grado de nuestro llamado Mercado.
La crisis en realidad deberíamos llamarla por su verdadero nombre, que ahora se queda en un segundo plano: el apelativo se conoce como “desconfianza” y significa, que en estos momentos, nadie se fía de nadie. En ese Mercado, el crédito o confianza que antes se daba espontáneamente a las demás empresas y personas ya no se da y, cuando alguien se arriesga a fiarse de otros, se pasa las noches en vela pensando si le pagarán lo que le deben o le devolverán el dinero que ha prestado.
¿Cómo termina esa enfermedad? Muy sencillo: la confianza vuelve cuando el Mercado sana, y el Mercado se cura, cuando las empresas enfermas que generaron esa desconfianza quiebran o recuperan la salud económica. El problema es que los hombres que nos gobiernan son muy reacios a dejar quebrar las empresas de sus amiguetes -en este caso bancos-, pues son muy poderosos y, además, les deben demasiados favores. En lugar de quebrarlos, les prestan nuestro dinero, el dinero del gobierno -que es de todos nosotros-; con lo cual, esas empresas se quitan la podredumbre y la traspasan hacia arriba, a los gobiernos, que son los nuestros.
Ahora, ellos se han salvado de la quiebra, pero han traspasado el peligro de quiebra a las naciones. ¿Debemos dejar que quiebren las naciones, o por el contrario, tenemos que volver atrás el proceso y recuperar el dinero que prestaron nuestros gobernantes a las empresas y entidades financieras que generaron el problema?, ¿y si algunos gobiernos han contribuido también a la ruina de su país con su mala administración y sus corruptelas?
La mejor medicina para acabar con la desconfianza sería meter en la cárcel a todos los responsables financieros de la crisis y a los gobernantes que les han dado cobertura, con la excusa de salvar la economía; naturalmente, después de haberles expropiado todos sus bienes. Ya echaremos cuentas con ellos más adelante, por si nos hemos olvidado de contabilizarles alguna fechoría.