Cuando era crío, las
bicicletas eran sobre todo, un medio de transporte local: no era un juguete, y
sólo para unos pocos una forma de hacer deporte. La utilizaban los mayores para ir a trabajar o moverse por el pueblo. Los ayuntamientos las
controlaban, porque eran consideradas un vehículo más: tenían que llevar su
matrícula de identificación y una chapa con un cierre de plomo que indicaba que
habían pagado un pequeño impuesto. Estaban obligadas a circular por las
calzadas, a llevar timbre, y si circulaban por la noche, a llevar luces.
Ahora no: mucho casco y
mucho traje de ciclista, pero nada de matrícula, ni impuesto, ni timbre, ni luces,
ni un carnet que corrobore que saben circular y que al menos conocen las
señales de tráfico. Para más inri, circulan por donde lo hacen los peatones, con
el grave riesgo que nos acarrea a los que vamos andando por las aceras. Imaginad que un ciclista viene por detrás, te adelanta sin tocar el timbre, y en ese momento te echas a un lado para no pisar algo... El golpe será muy fuerte. Los
guardias suelen mirar para otro lado cuando ven bicicletas por las aceras (les llamarían de todo los demás peatones ¡eso es seguro!, pues lo
he visto con los manteros). Lo puedo entender si son niños de 5 años, camino
del parque con sus papas, pero no si circulan chicos y mayores solos, sin
timbre, sin juicio y sin conocimiento del peligro que provocan.
Sí, sabemos que los ciclistas corren riesgos cuando circulan por las calzadas, ya que algunos automovilistas no respetan nada,
quizás, porque han sido muchos los años en los que han circulado sin
competencia, pero ya está bien: la calzada ha de ser compartida con respeto por
todos los vehículos, y las aceras han de quedar libres para los peatones.
También sabemos que los carriles bici complican la
convivencia, y que por hacerlos pintando un trozo de acera, somos los peatones los
que nos ponemos en peligro y ponemos en peligro a los ciclistas. Es cierto. No
debería ser así. Si los ayuntamientos quieren seguir una política de apartheid
con los diversos modos de locomoción, deberán pensar en quitar espacio a las
calzadas y no a las aceras, y si necesitan un trozo de acera, que la agreguen a
la calzada picando y no pintando. Y por favor, que no pase el carril bici por
delante de las paradas de autobús, que te apeas confiado y se te llevan.
Sí, me han atropellado. El resultado: un brazo
roto y gracias, que podía haber sido peor, pues acabé por los suelos, arrastrado hasta el medio
de la calzada. El infractor: un jovenzano de unos 15 o 16 años que salía a la
acera desde una calle peatonal, que no frenó pensando que me evitaría y me arrolló. Me pidió disculpas,
metió la cadena de la bici y marchó con mi airada reprimenda, pero sin darme
sus datos. No pensé en ese momento que llevara nada roto, pero lo llevaba.
Nadie lo conocía, no había matrícula que recordar, y con el golpe me quedé. ¿A
quién denuncio ahora? Llevo varios días buscando y todos los de su edad que van
en bici me parecen iguales, con el pelo parecido a Loquillo. Los paro, pero su
aplomo me indica que no han sido ellos. Otro problema de esta sociedad con flojera hacia los menores, que les invita a delinquir, al considerarlos penalmente irresponsables por razón de la edad, al margen de su madurez mental.
Cuando era niño, las bicis nuevas nos llamaban la
atención, sobre todo a los que no teníamos bici, ni esperanza de tenerla, que éramos
la mayoría. Ahora cualquiera tiene una.
Para mí, la culpable de mi atropello es esta
sociedad permisiva, llena de normas, pero pusilánime en una cosa simple como el uso de las bicicletas, y unos políticos que no defienden a los ciudadanos, porque van a lo suyo. Me cagüen todos ellos.
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