En nuestra época, la ola de pacifismo nos invade; ese pacifismo resulta indiscutible y lo impregna todo; si lo cuestionas, la gente te mira como a un marciano. Y es que nos han mentalizado para pensar que la paz es el valor por excelencia en cualquier sociedad civilizada y que es la situación ideal para el hombre: se da por supuesto, que la paz trae el progreso, que el progreso trae la riqueza, y que la riqueza trae la felicidad para el hombre y para su familia ¿Qué cuerdo aparte de mí puede decir lo contrario? No sé cuántos cuerdos quedan, pero la paz es un valor cuestionable, lo ha sido siempre, al menos para el hombre despierto:
Ya los antiguos pueblos trashumantes llamaban a este valor “La Trampa de la Paz”. Ellos, además de pastores eran guerreros que luchaban por la libertad de su Espíritu; consideraban, que sus Espíritus no pertenecían a este mundo y que estaban atrapados en él dentro de un cuerpo mortal; también creían, que podían escapar de este mundo y ser libres de una manera muy sencilla: no haciendo caso de las llamadas que recibían de los demonios al morir (la imagen distorsionada es Ulises y sus compañeros atándose al mástil de su barco para no claudicar ante el canto de las sirenas). Los demonios intentaban engañar a los Espíritus de sus guerreros muertos para atraparlos e introducirlos de nuevo en este mundo por la puerta de Venus, tras madurar en un nuevo cuerpo que se desarrollaba en el vientre fecundado de una mujer. Ellos, como Espíritus despiertos que conservaban la antigua sabiduría, cuando morían, escapaban de este mundo para volver al Origen, el Paraíso donde moraban sus antiguos dioses, ajenos a este mundo, un mundillo creado por un dios rebelde; si su Espíritu dudaba y se dejaba atrapar por los servidores del demiurgo, a su vuelta a la vida, también olvidaba su Origen.
No estaba bien visto en el clan de pastores guerreros quitarse la vida, a pesar de sentirse ajenos a este mundo, pues todos sus miembros debían obedecer a los dioses y procrear para traer a este mundo a otros Espíritus hermanos dormidos y sacarlos del engaño en el que habían caído en vidas anteriores. Mientras tanto, agrupados en tribus guerreras, recorrían el mundo con sus ganados combatiendo a los sacerdotes que extendían la cultura de la paz y a los hombres que habían caído en su trampa y se habían convertido en esclavos.
Al adoptar la cultura de la paz, el hombre olvidaba su origen, adoctrinado por los sacerdotes, que transmitían a las nuevas generaciones la idea errónea de que formaban parte de este mundo. Por desconocer su parentesco con los dioses y estar atados a la tierra y a sus ciclos agrícolas, los hombres trashumantes consideraban a los hombres sedentarios como esclavos sin valor. Al morir engañados, no podían escapar de este mundo; su única oportunidad era nacer en el seno de una tribu guerrera trashumante, siempre que ésta conservara y cultivara la antigua sabiduría libertaria.
Para ellos, el peligro se iniciaba con el asentamiento y el cultivo de la tierra. Ellos también cultivaban la tierra, pero solo lo necesario para completar su alimentación y la de su ganado, pero no podían poseerla mucho tiempo para no caer en la trampa de la paz –para ellos, los asentamientos temporales eran tierra conquistada al enemigo, los cercaban y formaban en ellos ciudades porque los servidores del demonio acechaban, pero debían abandonarlas antes de que la misma tierra los atrapara; así, debían continuar su camino, buscando pastos por estepas y llanuras, hasta que dejaban este mundo para encontrar la verdadera libertad. Así, procuraban no emparentar con los agricultores. Pasar a vivir de la agricultura suponía para aquellos hombres quedar atrapados en la tierra y perder la poca libertad que les quedaba. Sus antepasados les habían confiado la verdad: estaban atrapados en un mundo que no era suyo, dentro de un cuerpo mortal; si lo olvidaban, quedarían atrapados a su vez en la peor de las cárceles, la cárcel de la ignorancia.
Ahí está la explicación inexplicable para muchos historiadores y arqueólogos de ciudades de la antigüedad que fueron abandonadas sin motivo cuando estaban en pleno auge.
Reconozco que la cultura libertaria ha fracasado y que la cultura de la paz rige este mundo. Apenas quedan trashumantes en las estepas; los últimos mongoles fueron masacrados cultural y corporalmente en el pasado siglo por los comunistas, siguiendo las directrices de los herederos de los antiguos sacerdotes, enemigos de los trashumantes y, aunque están intentando recuperar las creencias de sus antepasados, será difícil que lo consigan; en Occidente, también los gitanos han perdido sus hábitos trashumantes, ganados por la cultura de la paz, aunque de estos últimos trashumantes no pueda afirmarse con rigor que tuvieran las creencias descritas, al menos tenían las mismas costumbres.
Nuestras creencias religiosas cristianas obedecían en su origen a esta misma filosofía. Leer con atención el evangelio de San Juan: en él se habla entre otras cosas de que la verdad nos hará libres (verdad y libertad); de la importancia del Espíritu sobre el cuerpo; de que Jesús vino a salvarnos para llevarnos al Paraíso con el Padre; también se habla del demonio como el Príncipe de este mundo, de sus tentaciones, de sus servidores, etc. etc. Pero nuestros sacerdotes enturbian el mensaje diciendo que este mundo es obra del Padre, contradiciendo sin ninguna vergüenza el Evangelio. Lógicamente, si este mundo es obra del Padre, estaremos en él por su voluntad; entonces, ¿de qué o de quiénes nos tenía que salvar Jesús con su doctrina? Leed el Padre Nuestro en alguna versión antigua, para constatar también lo que digo. LEEDLO ANTES DE QUE LO CAMBIEN Y QUEDE IRRECONOCIBLE EL MENSAJE QUE TRASMITE. En cuanto al cuerpo, sólo es la carcasa que nos contiene y nos permite vivir en un medio material, movernos y relacionarnos con otros Espíritus presos, por eso no está mal dicho que es templo del Espíritu Santo, pues, santo o no, contiene a un Espíritu inmortal
Jesús nos tenía que salvar de nuestra propia ignorancia, pues toda la humanidad anda engañada en este mundo pensando que Dios nos ha puesto aquí, cuando este mundo es ajeno a nuestro Espíritu y al verdadero Dios. En cualquier caso, un solo grano de trigo intelectual es capaz de generar cientos o miles de ellos. Los antiguos dioses nada harán por nosotros si no despertamos y nos damos cuenta que somos pobres hombres, cautivos e ignorantes. La trampa es retorcida, pero la doctrina de Jesús es reconocible y nos permite evitarla, pudiendo alcanzar la salvación de forma parecida a como lo hacían los antiguos guerreros trashumantes. Pero, primero, habrá que despertar y reconocer que somos esclavos en un mundo ajeno; si no lo reconocemos, ¿cómo vamos a liberarnos?
Quien libre se cree, nada hará para escapar, pero quién se sabe cautivo, hará lo que pueda y algo más para liberase. Que no le vengan con pacifismos.
¡Claro!, tampoco hay que confundir: el verdadero guerrero no se dedica a soltar mandoblazos con su espada cuando sale de su tienda, rechazará la paz cuando ésta ponga en peligro la libertad de su Espíritu; entonces, luchará contra cualquiera que quiera convertirle en una simple oveja y no temerá morir, pues sabe que es inmortal y que su aparente muerte no es más que su liberación.
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