lunes, 13 de junio de 2016

¿Si nuestros antecesores hubieran renunciado a comer carne, sobreviviríamos como especie?



Los humanos somos omnívoros. Vivimos en un cuerpo animal que tiene que alimentarse para seguir adelante. Nuestro cuerpo no puede vivir y conseguir energía sin comer y sin beber; tampoco se puede tener salud comiendo sólo vegetales, además, exige estar todo el día pastando, que es lo que hacen los animales herbívoros. Aun estos, que se supone que no comen más que vegetales, frutos y semillas, ingieren, sin darse cuenta, caracoles, babosas, gusanos y otros insectos que se encuentran en los vegetales, sin los cuales no podrían estar sanos y fuertes.

Lamentablemente, el que ha ideado este mundo ha querido que todo en esta vida pase por ciclos de nacimiento y muerte como método de recambio para su creación. Seres unicelulares o pluricelulares, pequeños o gigantes, nacemos, vivimos y morimos dejando una semilla que continúa el ciclo evolutivo con nuevos ejemplares jóvenes que ocupan el espacio de los viejos, que vamos muriendo. En lo que dura esta vida, necesitamos beber y alimentarnos regularmente comiéndonos los unos a los otros. Hasta los vegetales, que parecen víctimas pacíficas, crecen mejor entre restos de vegetales y animales muertos, aprovechando las sustancias de sus desechos para medrar sanos y fuertes. 

Después de millones de años de evolución, las especies existentes somos verdaderas triunfadoras frente a otras que han desaparecido por no estar adaptadas al medio. En las actuales circunstancias, ningún animal se plantea ir contra su propia naturaleza queriendo cambiar la dieta tradicional que le ha hecho triunfar como especie, simplemente comen. El problema del hombre es su mente compleja, pues, siendo animal, posee el don o el defecto de la racionalidad, cuestionándose y revelándose contra algunas de las cosas que ha heredado: entre ellas, la dieta.  

Es cierto que la alimentación es importante, pero estando asegurada y teniendo salud, centrarse en ella es perder una energía que puede utilizarse en mejores y más elevadas causas. También es cierto, que las personas que rechazan comer carne o pescado y sus derivados, esenciales en la alimentación tradicional de nuestra especie, son una minoría, y que muchos lo hacen por ganar en salud, pero también, porque no les falta la comida. Sea un acto de rebeldía, una excentricidad o un asunto de salud, el rechazo les resulta costoso, ya que los alimentos que toman como sucedáneos resultan ser mucho más caros y es frecuente que vivan con carencias alimenticias, pues sin carne o pescado es difícil estar bien nutrido y tienen que desvelarse mucho (formándose y buscando en tiendas especializadas) para suplir cualquier falta.

Si no queremos comer seres vivos por una u otra causa, ¿dónde poner los límites? Necesitamos alimentarnos de seres vivos o de sustancias que procedan de organismos vivos, pues, aparte de la sal y el agua que tomamos, los demás alimentos son derivados de animales y vegetales (todos ellos seres vivos).

Haré un corto viaje por la evolución del hombre hasta llegar a nuestro tiempo. El resultado de esa evolución es que los humanos tenemos un cuerpo muy resistente a las enfermedades y necesitamos tomar muy poco alimento para obtener la energía diaria que precisamos. Han sido necesarios millones de años para conseguir un cuerpo con semejantes prestaciones.

-       El hombre primitivo, lo mismo que el antecesor del primitivo, eran recolectores, estando obligados a alimentarse mientras había luz y, como cualquier animal, se veían obligados a almacenar grasa en las estaciones más adversas, comiendo toda la fruta y alimentos que encontraban. Vivían muy pocos años y solían ser víctimas de las estaciones, de los elementos, de las enfermedades, del hambre, y de las fieras que los tenían como presa. El éxito como especie le vino de su capacidad de adaptación a la comida: comía caracoles, bayas, frutas, insectos, hierbas, raíces, roedores, animales pequeños y restos de animales grandes que carroñeaba antes de que tuviera capacidad para cazarlos. Una de las especies más preparadas para aprovechar las condiciones más adversas. En tiempos de sequía, podía encontrar restos inaprovechables para los demás animales, pues era capaz de acceder al alimenticio tuétano de los huesos desechados, lo mismo que a la masa encefálica de los cadáveres, machacando los huesos con una piedra. Los chimpancés de nuestro tiempo que viven libres en la naturaleza, ocasionalmente practican en grupo la caza para completar su alimentación vegetal con carne, que contiene las sustancias complejas que necesita su desarrollado cuerpo; también el babuino come de todo.

-       Avanzando en la evolución, la caza y la pesca se fue convirtiendo en el modo habitual de vida de los primitivos, debido al clima y al rigor de las estaciones, provocando la división en el duro trabajo de buscar comida: las mujeres, los ancianos y los niños del clan continuaban con la recolección, mientras los hombres más jóvenes se dedicaban en grupo a cazar y pescar, incluyendo entre los animales a hombres de otros clanes a los que también cazaban para comérselos. Un paso importante para evolucionar fue asociarse con depredadores como lobos, hurones y aves de presa para asegurarse las piezas. La caza y la pesca les proporcionaba alimento en las estaciones más adversas, además de pieles para protegerse del frío en territorios para los que no estaban adaptados. De su asociación con el lobo surgió la raza de los perros, gran ayuda en la caza y en la guerra.

-       El gran avance que se produce en su alimentación acontece cuando, sin abandonar la caza, el primitivo se asocia a los animales herbívoros, dedicándose al cuidado de los mismos, ayudado por los perros. Al principio, el hombre sería un depredador más, en competencia con otras fieras a las que acosaría para quedarse como único depredador. En esa situación, se produjo una asociación beneficiosa: los caballos, las vacas, los asnos, los cerdos, las ovejas y las cabras, encontraron ventaja en la protección que les brindaban los hombres, que salían en su defensa frente a los depredadores: los rebaños prosperaban alejados del estrés de los ataques. El hombre por su parte, se cobraba esa protección sacrificando algunos ejemplares, sangrándolos para beber su sangre sin matarlos, y aprovechando su leche. La seguridad del alimento hace desaparecer el hambre en el clan de los nuevos pastores, que se ve fortalecido frente a las enfermedades. La menor mortalidad hace que el número de miembros del clan crezca, pudiendo proteger a los rebaños de otros clanes de cazadores. El hombre, convertido en ganadero, deambula por la superficie terrestre en busca de pasto para sus animales, liberado de la esclavitud alimenticia de los recolectores, cazadores  pescadores.

-   La domesticación de los cereales mejoró también su alimentación y le permitió almacenar los excedentes de semillas para utilizarlos en las estaciones adversas. El germen de las semillas concentra el alimento y da libertad y tiempo libre al animal que los consume. La agricultura se vio complementada con la cría en semi cautividad de palomas, gallinas, patos, ocas y gansos, etc. para consumir sus huevos y su carne. La cría del conejo también sería importante, pues puede aprovechar su enorme poder prolífico como fuente inagotable de carne y de pieles. Cuando aprendió a dominar el fuego, también puedo dominar a las abejas y aprovecharse de la miel y de sus cualidades, sin sufrir sus picotazos. Los pastores, periódicamente se convertirán en sedentarios, dedicados al cultivo de la tierra para completar su alimentación. Una auténtica revolución y adelanto frente a los grupos de recolectores, cazadores y pescadores, que verían pasar a unos rebaños de animales gordos, vigilados por pastores numerosos, que no sólo les impedían la caza, los cazaban. Poco a poco, la ganadería alejaría a los hombres del canibalismo. 

-        Los pastores por su parte, dedicados a buscar mejores pastos; periódicamente se convertirán en sedentarios, cultivando la tierra para completar su alimentación y la de sus animales. 

Los humanos consumimos seres vivos o alimentos que proceden de seres vivos, siendo los vegetales también seres vivos. ¿Por qué tiene que haber límites? Y si ha de haberlos, ¿dónde ponerlos? Pensar que actuamos por el bienestar de un animal negándonos a comerlo es pensar en pequeño, pues atentaremos contra su especie. Si rechazamos los avances humanos, entre los que está la ganadería, acabaremos en pocos años con razas de animales exitosas, que se asociaron con el hombre en la edad primitiva para sobrevivir. Los hombres, por encima de la explotación de animales que practicamos, seguimos protegiendo esas especies. Si el hombre rechaza comer la carne de sus animales o deja de utilizar especies como fuerza en el trabajo o en los tradicionales fiestas y festejos, en cuatro días acabará con millones de años de evolución. Animales de carga como el burro o el mulo, que en los años 60 del siglo pasado eran numerosos, hoy están en extinción y no hay derecho a que lo estén: esos animales nos han ayudado durante miles de años a llegar a dónde estamos.

¿Queremos volver al pasado y vivir de la recolección de alimentos, o aceptamos los avances de la evolución comiendo variado en función de las estaciones, para poder dedicarnos a otras cosas más espirituales? 

En la sociedad de nuestro tiempo, el hombre puede completar la alimentación vegetal con sustancias que no proceden de un animal, pero nunca hasta hoy ha sido, ni siempre será así, que la humanidad también da pasos atrás. Lo que está claro es que los humanos hemos evolucionado, llegando hasta nuestro tiempo comiendo de todo, y que comer carne y pescado de vez en cuando es sano.

¿Estaríamos aquí como especie si nuestros antecesores no hubieran comido carne y no hubiera sido una especie oportunista? De lo que estoy seguro es que de existir no seriamos la especie dominante, seríamos monos pelados menos evolucionados que los chimpancés. Un animal irracional más, pues el demiurgo de este mundo hubiera llenado de Espíritu la cabeza de otros seres de su creación más fuertes. 

Pensemos, que en estos tiempos, con una humanidad que se amenaza a así misma con armas de extinción masiva, la especie animal mejor posicionada para sobrevivir y tener éxito en su evolución, ya no es el hombre, es la rata. Una especie que juega a destruirse no sobrevivirá; y si la amenaza bélica no se cumple y crecen los inapetentes en ella, se destruirá por poner límites a su alimentación, como los pandas, que por las adaptaciones digestivas que han sufrido no son capaces de comer otra cosa que bambú.


Alguien dirá: “¿cómo compara un peligro tan enorme e inminente con otro que afecta a tan poca gente? Por que las cosas pequeñas tienen gran importancia en la evolución, sobre todo, cuando van a más, y este fenómeno va a más, como otros muchos que afectan al hombre de nuestro tiempo: la especie humana retrocede en los países llamados civilizados, sobre todo en los medios urbanos, alejándose de la naturaleza e infringiendo sus duras leyes. Eso al final se paga, porque nos hace débiles. Nuestra debilidad como especie se manifiesta en hechos muy simples: ¿cuántos de nosotros somos capaces de matar el pollo o el conejo que hemos criado y apañarlo debidamente hasta consumirlo? Cada vez menos. Por una razón: no sentimos hambre.




  

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