En estos tiempos de crisis algunas autoridades se están riendo de todos nosotros.
Mi generación fue educada en valores; de ellos, destaco la importancia que se daba a la honradez y a la disciplina en el trabajo; también nos advertían contra los vicios y las malas costumbres, fuentes de problemas individuales, familiares y sociales. Acostumbrarse a madrugar se convertía en virtud frente al trasnochar; la bebida podía formar parte de nuestras costumbres, sujeta a moderación; el juego era bueno como forma de compartir el ocio con los amigos; de los días de la semana, sólo el domingo era festivo, festividades religiosas aparte, etc., etc.
De aquella formación en valores, saco como consecuencia, que en tiempos de crisis, la única fórmula eficaz para combatirla es restringir los gastos. Eso supone, convertir en superfluos muchos de los gastos que antes podíamos considerar como necesarios. Es la única manera de ayudarnos a nosotros mismos y de poder ayudar a aquellos conciudadanos que han perdido su trabajo, su empresa y sus ingresos. Únicamente colaborando los unos con los otros podemos hacer más llevaderos estos tiempos de calamidad y de prueba.
Entonces, ¿a qué viene semejante título?
Anoche fui testigo de un hecho vergonzoso que pone en tela de juicio a nuestra clase política: Tuve que acercarme al centro de Zaragoza a la una de la madrugada a recoger a unos familiares. Eran exactamente la 1:10 cuando paré el coche en el semáforo que hay a la salida del puente de Hierro sobre el Ebro, por donde se entra a Zaragoza desde la avenida de Cataluña. Me sorprendió ver tres coches oficiales, sendos Audis negros aparcados en Echegaray y Caballero, junto a la acera por donde cruzan el puente los peatones, en un lugar donde ni tú ni yo podemos aparcar sin riesgo de multa y grúa. Pensé que era una hora un tanto intempestiva para inauguraciones. Pronto descubrí un cuarto coche oficial, también mal aparcado a la derecha, en la glorieta conocida como Puerta del Sol que tiene en su jardín un reloj gigante que mira al cielo. Este último coche y la gente que hacía guardia en la puerta de un restaurante de campanillas, en la antigua muralla, me abrieron los ojos: nadie estaba inaugurando nada; cuatro gerifaltes se habían dado cita en el restaurante y, sin duda, andaban de cuchipanda en sus adentros ¿Qué si no? Eran pruebas circunstanciales pero evidentes: los dos hombres de oscuro en las inmediaciones de la puerta del restaurante ya citados, cuatro charlando amigablemente cerca de los tres coches de la izquierda, y dos de los choferes sentados en su asiento, dentro de sus vehículos, total ocho. Pensé sin riesgo de equivocarme, que cuatro eran conductores y los otros cuatro guarda espaldas. Se puso el semáforo en verde y me dirigí a tomar la calle de san Vicente de Paul, abandonando la escena.
Para mí era evidente que se trataba de cuatro políticos usando y abusando de su posición, no obstante, me entretuve valorando otras posibilidades: los empresarios de campanillas llevan buenos coches, pero no son de negro riguroso y varían las marcas; por otra parte, Zaragoza no es Madrid ni Barcelona, que es donde la clase alta más abunda; los grandes empresarios por su parte no suelen hacer ostentación de su posición, conducen ellos mismos sus vehículos y no suelen ir con guarda espaldas; por último, cuando se juntan, lo hacen en lugares más discretos donde no es necesario dejar mal aparcados los coches, al albur de cualquier municipal. Cuando alguien se atreve a saltarse a la torera las señales de tráfico es porque es una autoridad o se cobija bajo ella. Lamentablemente, en nuestro país, las autoridades practican la ley del embudo según les conviene. Tengo que decir, que no había por allí ningún coche patrulla de los municipales, que andaban en ese momento, según pude comprobar más tarde, haciendo un control de alcoholemia a la entrada de Cesáreo Alierta, por el paseo de la Constitución.
Seguro pues de que se trataba de autoridades locales o autonómicas aragonesas, me puse a pensar que esas autoridades (Alcaldes o Presidentes o Delegados de quien fuera) estaban obrando con manifiesto abuso de cargo y mucho más en unos momentos en los que la crisis azota a la ciudadanía, sin distinción. No importa quién pagó la cuenta o si se pagó, fuera en la calle había ocho funcionarios haciendo horas extraordinarias nocturnas que las acabaremos pagando los ciudadanos de nuestro bolsillo, y si era un compromiso oficial ineludible, en estos tiempos no es de recibo que cuatro funcionarios acudan con cuatro coches, pudiendo hacerlo en dos, que si hay que ahorrar en gastos hay que predicar con el ejemplo y por eso no se disminuye la seguridad, que no los estoy mandando en taxi.
Sinceramente, los políticos que acudieron a cenar al restaurante asador deberían ser identificados y cesados u obligados a dimitir. Que no se den cuenta de que ese comportamiento es incorrecto, sobre todo en la actual coyuntura económica, nos hace pensar que carecen de sensibilidad y entrañas. Si estaban celebrando su buena suerte, que se den cuenta de que les va bien a costa nuestra, que el resto de la ciudadanía andamos a la cuarta pregunta y aún tememos que nos pueda ir peor. Están surgiendo rumores de que podemos acabar en la más completa ruina cuando la UE se canse de la política de estos irresponsables y nos eche de la zona euro. Lamentablemente, el pueblo llano que no estamos conformes con sus desaguisados nos sentimos impotentes al carecer de mecanismos para procesarlos por uso indebido del dinero público. Ahí están los jueces que podrían hacerlo y no lo hacen. Me viene a la mente la lucha que mantuvieron hace unos años los jueces italianos contra la corrupción y la camorra, que le echaron dos atributos de los que tienen los verdaderos hombres. Aquí, por lo visto no tenemos jueces de esos.
¿Acaso tenemos alguna garantía de que estos tíos puedan hacer algo con esta falta de valores que manifiestan para sacarnos de una crisis que ellos mismos han inflado con sus derroches?
¡Vaya salida de año! La receta es conocida: patada en el culo sin esperar a las urnas y a su casa.
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