domingo, 24 de enero de 2010

¿Por qué ha consentido Dios la tragedia de Haití?

¿Por qué ha consentido Dios la tragedia de Haití?

Esta pregunta es frecuente cuando sucede una catástrofe, pues los humanos nos sentimos abandonados por Dios cuando la tragedia se cierne sobre nosotros.

La respuesta a esa pregunta la simplificamos mucho: “Los designios de Dios son inescrutables para el hombre” Pero, ¿es así?, ¿esos designios de Dios, de verdad son incomprensibles para nosotros? Lamentablemente, no es fácil afirmar lo contrario, por lo que nos vemos obligados a reconocer que los hombres no conocemos los designios de Dios.

¿Por qué no podemos conocer los designios del Altísimo? Es sencillo de explicar, pero complicado de entender. El problema está en nosotros: los hombres no aceptamos las explicaciones que van en contra de nuestras más profundas convicciones, aunque esas convicciones, en el fondo, no tengan fundamento racional alguno, y sean simples explicaciones para niños. Si el hombre vive rodeado de mentiras, si todas las explicaciones que le han dado sobre la vida y la muerte son falsas, difícilmente aceptará explicaciones que contradigan sus creencias, aunque esas explicaciones encierren la verdad. Y es que hemos sido educados a vivir y manejarnos entre tinieblas, con lo cual, la luz resulta molesta para nuestra vista y para nuestro entendimiento, adaptados respectivamente a la oscuridad y a la mentira. Con esa premisa, dar explicaciones razonables, sabiendo de antemano que nadie va a aceptarlas puede resultar desalentador, pero siempre hay que poner la esperanza en que alguien pueda abrir su entendimiento a lo que es contrario a la doctrina oficial.

Nos han enseñado que este mundo ha sido creado por Dios y lo aceptamos sin más; también aceptamos que Dios ha puesto al hombre en este mundo para que encuentre en él su propia perfección y también lo aceptamos. Con esas premisas, cualquier tragedia, por incomprensible que sea, tiene como responsable a Dios: Dios sabe por qué castiga al hombre y el hombre nada tiene qué decir ante las tragedias, salvo aceptarlas, pues, nos han enseñado, que más que castigos, son pruebas más o menos duras que nos ayudan a ser mejores.

No se si es más cruel el castigo o la explicación: Aceptar sin más que hemos venido a este mundo a sufrir y a padecer nos convierte en perfectos cautivos, en estúpidas ovejas que aceptan con resignación su suerte, poniendo en duda que los hombres llevemos dentro Espíritu guerrero alguno. Los poderes de este mundo han conseguido el monopolio de la verdad; sin nadie que los contradiga, las pocas explicaciones que nos dan o que tienen sobre lo trascendente, se asimilan sin crítica alguna por generaciones y generaciones de niños que luego se hacen grandes, aceptando como verdad indubitable una doctrina manipulada.

Yo, desde mi cultura cristiana, pongo en duda todo lo anterior y afirmo que ni Dios creó el mundo en que vivimos, ni puso dentro del ser humano el Espíritu que nos hace diferentes al resto de los animales, y lo hago desde la autoridad del Evangelio de san Juan:

Si aceptamos que Jesús vino a este mundo a salvarnos, nos debemos preguntar ¿de qué nos tenía que salvar?, pues se supone que este mundo es obra de Dios y que Dios nos puso en él. Pues bien, si Jesús vino a salvarnos, hemos de aceptar lo que dice el evangelio y se intenta ocultar: que los hombres vivíamos esclavos y engañados en un mundo ajeno a Dios y por eso tuvo que venir Jesús: para intentar despertarnos a los hombres: La verdad os hará libres, dice el evangelio; conociendo la verdad podremos darnos cuenta de que en realidad somos esclavos y podremos luchar por nuestra libertad. El Señor del Mundo, que es Satanás, tentó a Jesús ofreciéndole este mundo; él es el creador de esta chapuza de mundo material que es nuestra cárcel; él secuestró y mantiene cautivos a nuestros Espíritus en su mundo, él es el principal responsable de nuestras desgracias, aunque se esconda detrás de Dios. Pero todo se oculta y manipula con la sencilla fórmula de hacernos creer que es Dios el creador de este mundo, donde nuestros Espíritus van y vienen sujetos a la muerte.

Pero volvamos a Haití. Dando por sentado que este mundo es imperfecto y que siendo como es obra del diablo puede considerarse un infierno, no por eso todo lo que ocurre en él es responsabilidad de Satanás, sólo los hombres somos responsables de nuestra propia estupidez, pues nadie nos ha mandado vivir en casas que pueden aplastarnos cuando el suelo tiembla. Es cierto que hay países donde las casas no se derrumban fácilmente, pero, en la mayoría, las casas se caen cuando se mueve la tierra. Es cuestión de suerte que no se conviertan en nuestra propia tumba -acordaros del último terremoto acontecido en Italia, un país del primer mundo, donde la tierra tembló y varios pueblos quedaron destruidos. Lamentablemente, lo normal es que la ley de Murfy vaya de la mano con las tragedias y tienda a cumplirse con más frecuencia en los países más desfavorecidos, donde la vida de los hombres es más dura y peligrosa, cebándose la desgracia en los más débiles.

Así ha sucedido en Haití. Seguramente que gran parte de la ayuda se destinará a la construcción de nuevas viviendas, igual de peligrosas que las anteriores. Siendo como es un país tropical, deberían diseñar casas apropiadas para que la gente pueda defenderse, tanto de los terremotos, como de los huracanes, sin que la casa los sepulte de nuevo.


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