El terror rojo, que es el régimen que se impuso en España en la zona mal llamada republicana, ha quedado desenmascarado por sus víctimas; ellas han sido las que le han arrancado el disfraz democrático y progresista que muchos, en su ceguera o mala intención, todavía le ponen; ha quedado al descubierto su verdadero rostro, que no es mejor que el rostro de los asesinos franquistas que tanto censuran y critican en su propaganda. Y es que, los asesinos, sean de la facción que sean, coinciden por encima de su ideología: son asesinos sirvan a quien sirvan. Dando por bueno lo anterior, se aprecia una diferencia: mientras a los franquistas nadie intenta hacerlos pasar por demócratas, a los rojos se les sube a la peana de los demócratas, sin ningún sonrojo, y se les coloca la corona de los mártires (aunque no lo especifiquen, mártires de la revolución, no de la Iglesia).
Ese desenmascaramiento ha tenido lugar en Camuñas, una población de la provincia de Toledo. Camuñas tuvo la desgracia de poseer en su término municipal un pozo conocido por la mina, al que unos hombres que habían perdido esa condición, arrojaron por él y escondieron en su fondo los cadáveres de sus víctimas.
Los asesinados no fueron víctimas de ningún régimen republicano, sino del régimen de terror impuesto por la izquierda para acabar con una parte de la sociedad española y con cualquiera que discutiera las ideas proletarias, cojeara del pie que cojeara. Aquellos dirigentes no buscaban reponer la República, pues no eran republicanos, por mucho que algunos desaprensivos los quieran envolver en la bandera republicana: su objetivo era imponer en España la dictadura del proletariado, siguiendo las directrices de Stalin y de sus comisarios políticos. Para estos, los asesinatos en masa eran una condición indispensable en el éxito de sus planes, pues utilizaban el terror como arma psicológica para paralizar al enemigo.
Por la mina de Camuñas se arrojaron cadáveres de gente asesinada sin juicio alguno, y también, a muchas personas vivas a las que tiraron para que se mataran al caer ¿Cuantas de ellas morirían a causa de sus heridas horas o días después, acompañadas de cadáveres y desconsuelo? Cuentan los lugareños, que cuando la guerra estaba perdida para las izquierdas, los sicarios arrojaron por la boca de la mina toneladas de tierra y piedras mezcladas con cal viva, para ocultar los cadáveres e impedir que conociéramos el genocidio perpetrado. Cosa inútil por otra parte, pues los de Camuñas y los de los pueblos aledaños conocían las fechorías y el uso que habían dado aquellos genocidas al pozo.
Han pasado más de 70 años, durante los cuales, los que en Camuñas militaron en bandos diferentes, se han perdonado y han recuperado las relaciones, pasando página, pues, antes y después del franquismo, les habían enseñado a perdonar -como en cualquier lugar de España-. Todos sabían donde estaba el pozo y lo que había en su interior: cadáveres de gentes que nunca pisaron el frente y que fueron asesinadas por la locura de unos pocos y la obediencia ciega de otros muchos.
En nuestro días, una mal llamada Ley de la Memoria Histórica ha tenido que abrir los malos recuerdos y las heridas curadas para que volvieran a enconarse. La causa de beatificación de unos cuantos religiosos no ha sido el detonante como dicen, lo ha sido esa pérfida Ley de la Memoria. Era de esperar, que abierta la caja de Pandora, familiares de las llamadas derechas, de la mano de la Iglesia, tarde o temprano reivindicaran a sus mártires, lo mismo que otros andan buscando a familiares asesinados por los llamados nacionales y quieren hallar el cuerpo de Federico García Lorca.
Un equipo de arqueólogos se ha puesto manos a la obra y ha abierto la fosa del terror, aplicando criterios científicos a la recuperación de unas pocas de las víctimas. Éstas han estado esperando más de setenta años en un agujero y se habla de reivindicar su inocencia y poder recuperar su dignidad, pero casi nadie quería que se removiera esa tumba ni ninguna otra, fuera del bando que fuera, que la tierra cubre y pudre a todos los cuerpos por igual, que el cuerpo sólo es la carroña del Espíritu de la persona, y el Espíritu, que es el que tiene la dignidad, se va cuando el cuerpo que lo contiene pierde la vida.
Algunos con sentido común, veíamos con malos ojos que desde el gobierno se fomentara este tipo de actividades: rascar la tierra en las cunetas y tapias de los cementerios de nuestra patria no es buena costumbre, que hay muchos cuerpos de gente mal enterrada y amontonada en fosas comunes, en un país desangrado por demasiadas guerras civiles: aún pueden verse tumbas carlistas en las afueras de algunos pueblos como San Vicente de la Sonsierra -fuera de sagrado- y no te pongas a escarbar en la sierra de Alcubierre y en tantos lugares donde hubo frente de guerra en el 36, que te puedes encontrar con cadáveres o bombas, que siempre que desentierras algo, suele aparecer la miseria de un pasado vivido por nuestros abuelos en cualquiera de sus grados.
En la última guerra, como en todas, hubo muchos inocentes, pero también muchos culpables. No pueden venir a decirnos que los que mandaban en la zona republicana eran los buenos y los de la zona nacional los malos, ni lo contrario, pues de todo hubo en los dos bandos y todos eran familia nuestra -la mayoría luchando a la fuerza en una guerra que no querían-; pero, que tampoco nos quieran convencer de que la guerra comenzó el 18 de julio de 1936, que la historia es la que es: la guerra comenzó mucho antes, cuando unos pocos, en lugar de mirar por el bien de su nación y de su gente, se vendieron a intereses espurios para imponer una revolución ajena a una sociedad, que mayoritariamente apostaba por la paz y el entendimiento y, en general se querían.
Algunos a los que hoy se hace pasar por mártires (Largo Caballero y un largo etc., independentistas incluídos), en su día aceptaron el régimen republicano y democrático sólo como primer paso para alcanzar el poder e imponer en toda España un régimen totalitario a través del terror, terror que mucho antes del 36 recorrió España, asesinando a curas y monjas, y a quienes les plantara cara, por la única razón de que, en un momento dado, podían convertirse en líderes sociales y, desde los púlpitos, echar al pueblo contra ellos. Esa voluntad -de la izquierda en general y los socialistas en particular- de acabar con la República, quedó muy clara con la Revolución del año 34 en Asturias. Las llamadas derechas, desde el primer momento aceptaron la República y respetaron su legalidad; al contrario que las izquierdas, que la utilizaron para alcanzar el poder, sin creer nunca en ella, salvo honrosas excepciones como Julian Besteiro, que no supieron frenar a los extremistas de su partido. La derecha acabó alineándose con los alzados para poder salvarse del terror rojo, que si antes del alzamiento era una amenaza real, tras el alzamiento desató toda su furia.
A pesar de todo, es lamentable reconocer que gracias a la suerte, o a una parte de la sociedad que se les enfrentó, los revolucionarios e independentistas no consiguieron sus objetivos y, aunque nuestros padres, abuelos y nosotros mismos tuvimos que sufrir 40 años de una dictadura militar, también criminal, nos salvamos de una guerra mundial y de más de 50 años de dictadura marxista, que es el tiempo que han tardado en salir de esa dictadura los llamados Países del Este. No creo que lo hubiéramos pasado muy bien en España siendo gobernados por gentes que han sustituido la libertad de los hombres por una estrella roja de cinco puntas, siempre teñida de sangre.
Así pues, que en un periódico español como El País, en el año 2010, se justifique el hecho de arrojar a la gente al agujero de Camuñas por ser ricos, nos descubre los valores democráticos de algunos..., que siguen brillando por su ausencia. No sé lo que pensarán los millonarios socialistas y de izquierdas que leen ese periódico y una buena parte de la clase media que lo sigue, al saber que, si se repitiera el caso, podrían ser arrojados al agujero de Camuñas por el hecho de tener dinero. Si creen que un carnet de la izquierda les dará el salvo conducto y que los come curas y verdugos de turno sólo aplicarán matarile a los fachas recalcitrantes, están equivocados: los que en tiempos de revolución se dedican a asesinar a los contrarios en nombre de una facción, suelen tener muy claro, que su verdadero objetivo es llenarse los bolsillos como pago a su desagradable trabajo, y muchas veces, poco les importa la filiación política de las víctimas, sólo sus caudales. Los encargados de cometer las fechorías en uno y otro bando saben de antemano que son impunes: si cae algún afín, admiten el error, pero el botín difícilmente lo devuelven.
A gente como la que nos gobierna habría que tomarla más en serio, por más que sonrían cuando hablan. La mayoría pertenecen a familias acomodadas del franquismo, que se han cambiado de bando. Si tienen o no ideología, ellos lo sabrán, que se han apuntado al bando de los perdedores del año 39, traicionando a sus padres y abuelos, que no dudaron en ayudar a Franco a ganar la guerra y la paz posterior. Lo que está claro, que si continúan desenterrando miserias, acabarán por infectar el aire que respiramos. El pasado hay que conocerlo con la mayor objetividad, pero sin querer revivirlo. Los problemas que tuvieron nuestros padres y abuelos fueron suyos, y si ellos pudieron superarlos, nosotros no tenemos por qué volver a retomarlos, debemos dedicarnos a mejores cosas que alinearnos nuevamente en bandos contrarios. Si el gobierno de turno se empeña en echarnos a reñir de nuevo, habrá que obrar con serenidad y echarlo del poder cuanto antes, que nos va en ello el futuro. Construir la convivencia cuesta mucho, destruirla, cuesta muy poco.
Me gustaría saber a quién sirven estos pájaros y qué consignas obedecen, pues están destruyendo España a marchas forzadas con una eficacia que estremece. La mayoría se queda pasmada sin hacer nada por evitarlo, cuando somos nosotros los amos y ellos unos criados puestos por nosotros para administrar nuestra hacienda.
Esperemos que entre unos y otros cerremos la mina de Camuñas, para que a nadie se le ocurra ocultar de nuevo en ella los cadáveres de sus fechorías.
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