Uno se pregunta en su escasa ingenuidad: ¿qué ha cambiado para que
este gobierno incluya entre los delitos del código penal un delito tan singular
como negar el holocausto judío? Sin duda, lo que ha cambiado es el gobierno de
España, que el amigo ZP, con el torpe gesto de ponerse un pañuelo palestino,
consiguió echar abajo el trabajo de todos los gobiernos españoles anteriores al
suyo, incluidos los de Franco, de mimar la amistad con los judíos y, una vez
reconocido el Estado de Israel, mantener buenas relaciones con él.
No es momento para presumir de cultura, pero no está demás una
pincelada para recordar que los españoles estamos muy vinculados desde la más
remota antigüedad con el pueblo judío: hay quien defiende que “hebreo” viene de
“ibero” ¿Es posible? ¡Lo es!: sefardita también significa oriundo de Sefarat,
el nombre que daban a España los españoles de religión judía que fueron
expulsados en 1492. ¿Quién puede negar con seguridad que en la lejana
antigüedad, israelitas procedentes de Iberia retornaran por una u otra causa a
Israel, conservando el nombre de íberos o hebreos para distinguirse de los
demás israelitas, convirtiéndose en uno de los nombres con los que eran y son conocidos? Y es que los pueblos fenicios comerciaron con el reino de
Tharsis y tuvieron colonias en nuestro suelo patrio, donde sin duda hubo
israelitas comerciando junto al pueblo filisteo (el nombre que da la Biblia a
los antiguos fenicios). Como suele decirse, vecinos y compatriotas mal avenidos.
Al margen de ZP, “que
mala ... le den, por la ruina en que nos ha dejado”, me preguntó: ¿por qué
un detalle de acercamiento como éste a los judíos, y en este momento? Creo que
está claro: este gobierno necesitaba de un detalle con Israel que fuera
impactante, buscando con él recuperar el terreno perdido por culpa del más oscuro
personaje de nuestra historia, el tal ZP.
Lo de menos es la prohibición penal de negar el holocausto, delito
que será de escaso uso ante los tribunales españoles; lo importante para
nuestro gobierno es el acercamiento a los judíos, por el poder del que
disfrutan y por la importancia que estos dan a su holocausto; lo peor para
nosotros, los españoles, es que, incluir semejante delito en nuestro Código
Penal supone un recorte en los derechos constitucionales de expresión y de
opinión, recogidos también entre los Derechos del Hombre. Imaginemos que un
historiador demostrará que el holocausto no existió. Pues bien, gracias a un
artículo del Código Penal Español ese historiador no podría publicar sus
investigaciones en España porque podría ir a la cárcel. Este asunto queda
censurado. Me pregunto también que en los 66 años transcurridos desde la
terminación de la Segunda Guerra Mundial, más de un libro se ha publicado al
respecto, y más de un artículo periodístico ha habido cuestionándolo. A esos no
les va a pasar nada, pues no se les podrá aplicar esta norma, ya que, cuando
publicaron su trabajo, negar el holocausto no era delito. Hacia ellos deberían
dirigir sus argumentos los holocaustistas para convencerlos y dejarnos en
paz a los demás. ¡Cosa curiosa! En unos países negarlo es delito y en otros no.
Recuerdo a un profesor de filosofía, que era germanófilo, pero
también muy pragmático. Para chincharle, un compañero de doce o trece años le
soltó: “Padre Miguel: los
nazis fueron unos asesinos, que me enterado de las cosas que hicieron”. "¡Qué
sabrás tú!" -Le
respondió el religioso, sin hacer aprecio al comentario ni extenderse en dar
ninguna explicación, pero al poco, dejaba caer con cierta sorna: “la historia la escriben los
que ganan las guerras. No hagáis caso de todo lo que os cuentan". -Y continuó: ”Para llegar a conocer la verdad es
necesario buscar respuesta a tres preguntas: ¿Quién lo dice?, ¿de quién lo
dice? y ¿por qué lo dice? Cuando tengáis respuesta cierta a esas tres preguntas
os acercaréis al conocimiento de la verdad".
Y es que los historiadores demuestran cada día, que muchos hechos
del pasado no acontecieron como nos los han contado. Pues cuando una gran
guerra concluye, comienza otra diferente, que es la guerra de la propaganda, y
quien gana la guerra de la propaganda pasa como vencedor y santo a los libros de
historia. Los historiadores honrados tienen por delante una gran labor si
quieren que las gentes conozcan una aproximación la historia real y no la tanda
de embustes que estudiamos. Pero mucho me temo que el revisionismo no se tolera
mucho en el mundo editorial, las cosas van por favorecer a los del
calentamiento climático y otras tonterías, que dan mejores dividendos… a
algunos.
Ejemplos de deformaciones o mentiras en la historia los hay a
miles. La historia de Nerón sobre el incendio de Roma simplemente es falsa. Los
historiadores romanos de ese tiempo demostraron que odiaban a Nerón. Nerón se
encontraba veraneando en Ancio cuando se produjo el gran incendio en Roma, que
pudo originarse en unos almacenes de aceite que había cerca del circo Máximo.
Nerón acudió rápidamente a Roma cuando se enteró del hecho, y se puso a
organizarlo todo: abrió los jardines imperiales, el campo de Marte y otros,
donde dispuso cobertizos para refugio de los romanos que se habían quedado sin
casa; rebajó el precio del trigo; visitó las instalaciones y se preocupó por el
estado de las personas y de los barrios afectados, abriendo cortafuegos. Pero
los efectos devastadores del incendio, y la propagación del infundio de que
Nerón había ordenado quemar la ciudad, caló más en los cives romanos que la
verdad. Todos le consideraban lo suficientemente loco como para ordenar el
incendio de Roma. En esa situación, no es extraño que Nerón tirase por la calle
de en medio y se inventara un nuevo enemigo, para desviar la ira de los
romanos. En realidad, Roma ardió un 18 de julio del 64 por un hecho casual, al
que se unió el viento en un verano caluroso. Sin duda, la mala urbanización de
la ciudad, donde eran habituales los incendios, y el caos que sobrevino, hizo
el resto. Nerón aprovechó la ocasión para planificar una nueva ciudad donde
prohibió la construcción de casas altas de madera, con calles más anchas que
sirvieran de cortafuegos, y tomó medidas radicales para que el agua corriera
por toda la ciudad e impedir que en futuros incendios ocurriese lo mismo. Pues
bien, lo que nos ha llegado, es que Nerón mandó quemar la ciudad para construir
una nueva, mientras, desde lo alto de la torre Mecenas en el monte Palatino,
recitaba versos alusivos a la destrucción de Troya, tañendo su lira. Esto
último es cosa del cine.
Por poner otro ejemplo cercano al anterior de cómo influye la
propaganda sobre los hechos históricos, comentar uno que, una vez analizado a
fondo, resulta ser una mentira como una casa: se trata de las famosas
persecuciones contra los cristianos. Si nos atrevemos a quitar la emoción
propia del victimismo a las persecuciones que sufrieron los cristianos en Roma,
comprobaremos que, a excepción de la persecución de Nerón que acusó
directamente a los cristianos de incendiarios, las demás persecuciones no iban
expresamente dirigidas contra los cristianos. En Roma no se perseguía a los
ciudadanos por el hecho de practicar una religión contraria a la religión
oficial, se producía la persecución por la negativa de algunos ciudadanos a
obedecer las órdenes puntuales del emperador de turno. El hecho de practicar
una religión diferente no era causa penal en aquellos tiempos, donde la
libertad religiosa existía. El Imperio estaba lleno de dioses diferentes,
estando previsto, para evitar que ningún dios se sintiese postergado, el culto
al dios desconocido. Pero ese sistema de libertad religiosa convivía con un
régimen político autoritario, donde no se podía cuestionar la autoridad
imperial. El emperador era considerado autoridad indiscutible, a la vez,
pontífice máximo y dios viviente; en ese contexto, era delito negarse a quemar
incienso por el emperador y por los dioses. No se le pedía a nadie que
renunciara a su dios, se le pedía acatar la voluntad más o menos razonable del
emperador en cuestión. Además, por respeto, en el bando de los dioses ninguno
debía quedar discriminado, de manera, que lo oficialmente correcto era que los
ciudadanos quemasen incienso por su dios y por el dios de los demás, haciendo
votos a su vez, por el emperador. El ciudadano que se negaba a quemar incienso
a los dioses –siguiera la religión que siguiera- incurría en delito, pero no
era castigado por ser cristiano, pagano o judío, ni era castigado de cualquier
manera, sufría la pena prevista por la Ley. Las distintas persecuciones
tuvieron lógicamente sus propias peculiaridades, dado que transcurrieron muchos
años entre una y otra y fueron emperadores diferentes los que las impulsaron.
Hasta los judíos tuvieron su propia persecución por contrariar al emperador
Domiciano, que les exigió que aportasen al erario público la ofrenda que
mandaban anualmente al templo de Jerusalén, ya que el Templo había sido
destruido por Tito y ya no existía.
En este asunto, se intuye cierto interés de la Iglesia en imponer
el número 10 como el número de persecuciones que hubo contra los cristianos,
imitando las plagas de Egipto y otras citas bíblicas; aunque no todos los
autores están de acuerdo en esa cifra. De las persecuciones mencionadas, varias
de ellas no iban dirigidas específicamente contra los cristianos; y habría que
añadir a las anteriores persecuciones las que tuvieron lugar después del edicto
de Constantino, contra los cristianos discrepantes de la doctrina oficial -tan
sangrientas o más que las otras, sin duda-, pero los perseguidos ya no serán
calificados por la Iglesia como mártires, sino como herejes, y también habría
que incluir como persecuciones, las que se practicaron a partir del triunfo del
cristianismo, contra los resignados paganos, que veían como una intransigencia
religiosa creciente se volvía contra ellos, que comenzaban a ser perseguidos
por el nuevo Estado Cristiano, por negarse a abandonar sus creencias en favor
de un único dios. El monoteísmo trajo muchos cambios y mucho dolor para los
habitantes del Mediterráneo, que respetaban las tradiciones paganas del Viejo
Imperio Romano, pero de esas persecuciones no se dice nada, se callan, como se
hicieron callar a todos los autores que defendían el paganismo frente al
cristianismo, cuyas obras y las de sus apologistas han sido destruidas y
ninguna ha llegado a nuestro tiempo. Ha llegado el nombre de un pagano llamado
Porfirio que conseguía poner en aprietos a la Iglesia de entonces, empeñado en
dejar al aire sus vergüenzas. Si hoy la Iglesia tuviera aquél poder, la
disquisición de este pobre bloguero podría conducirlo a la hoguera. ¿Hubo
mártires cristianos? Sin duda los hubo, pero ¿persiguió Roma a los cristianos
por ser cristianos? No, sólo Nerón los persiguió por esa causa, que los acuso
del incendio de Roma para quitarse de encima los rumores que lo señalaban a él
como autor del incendio. Las demás persecuciones contra los cristianos fueron
puro victimismo, que los demás ciudadanos del Imperio también las sufrieron y,
o no se quejaron, o no transcendieron sus quejas. La Iglesia cristiana, sin embargo, las ha manipulado en su favor durante cerca de 2000 años.
En nuestra propia historia hay casos a mansalva: el más cercano
que tenemos los españoles es nuestra última guerra civil, que, ganándola Franco
en el frente de batalla, al final la perdió por la propaganda. Sus enemigos
supieron transmitir a las generaciones posteriores una gran mentira: que ellos
eran demócratas y que Franco se alzó contra la República, como modelo de
democracia naciente. La realidad es que esos que se invistieron de demócratas,
en el año 34 se rebelaron contra esa República a la que tanto alaban porque
habían perdido el poder en la urnas; después, cuando en febrero del 36
volvieron a ganar las elecciones, se cargaron la II República, iniciando el
camino hacia un régimen totalitario, que era su verdadero objetivo. La sociedad
española de aquel tiempo, entre febrero y julio del 36, veía con estupor cómo
los poderes del Estado promovían el terror y destruían el Estado de Derecho,
terminando por asesinar al jefe de la oposición. Ese hecho llevó a un grupo de
militares a levantarse contra el gobierno del Frente Popular para impedir que
la revolución estalinista anidara en España. Que eso condujo –guerra por medio-
a una dictadura de más de 40 años… Es cierto. Pero la otra opción hubiera sido
la dictadura del proletariado (un mundo de esclavos al que sigue queriendo
llevarnos la izquierda radical de nuestro país). Los países de
Europa que cayeron en semejante dictadura estuvieron atrapados hasta la caída
del muro de Berlín, sufriendo, además de la restricción de libertades de todo
tipo, un retraso social, económico y moral de muchos años. El régimen de Franco
no supo remachar la victoria ganando la batalla de la propaganda, por eso los
españoles lo recuerdan hoy como el dictador que fue y no como el salvador de un
modo de vida, de unas creencias y de una cultura propia. Eso costó sangre. Pero
nunca sabremos la sangre que se hubiera derramado en España si la guerra del 36
la hubieran ganado los otros en el campo de batalla, esos a los que invisten
sin ninguna desvergüenza de buenos republicanos y de demócratas. Sin contar,
que España hubiera sido un campo de batalla más en la Segunda Guerra Mundial,
pues habría sufrido la invasión de los alemanes, una guerra de guerrillas, y la posterior invasión de los
aliados para liberarla.
¿Más ejemplos? No creo que hagan falta: no acabaríamos nunca de revisar
la historia.
Pues bien, centrando el asunto, todos los que venimos al mundo,
necesitamos que un profesional que dé fe de los hechos del pasado. No tenemos
por qué fiarnos de la versión de la historia que cuentan los que ganan las guerras,
que siempre intentarán justificarlas y justificarse, demonizando al enemigo. Y
no tengo nada contra los judíos, ni tengo por qué dudar del holocausto, pero
que mi gobierno decrete que si lo niegas incurres en delito no me ayuda a creer.
Comprendo que mi gobierno esté interesado en hacer buenas migas
con el poder judío y yo en eso estoy con mi gobierno, pues todo vale para salir
de la crisis. En estos momentos estamos inmersos en un tipo nuevo de
guerra -en este caso se trata de una guerra económica entre el Dólar y el Euro,
guerra promovida por los dueños del Dólar. Pues bien, los dueños del billete
verde -lobbys ellos- nos están acosando con sus Agencias de Calificación o de
Rating y sus ataques a la deuda española y a nuestra bolsa, pero no lo hacen por inquina personal, sino porque ser
el flanco débil de la zona Euro. Si esta jugada de apoyo al holocausto sirve
para que nos perdonen un poco, bienvenida sea, pero me temo que no sirva de
mucho: fuera del mundo de la diplomacia y de las relaciones internacionales, la
economía española es un objetivo menor para el enemigo, su objetivo principal
es la destrucción del Euro. Los dueños del mundo no quieren competencia en su
negocio principal, que es el Dólar, la divisa por excelencia que se ha visto
desplazada por el Euro. Si no pueden destruirlo, harán lo posible para
apoderarse de él ¡Y ya están en ello!, Draghi es de los suyos, lo mismo que
muchos de los dirigentes de la Unión Europea, que acabarán
traicionándonos.
Volviendo al holocausto ¿Existió el holocausto judío? La realidad
es que yo no estuve allí, por lo tanto, no puedo afirmarlo ni negarlo; además,
cualquiera se atreve a decir que no existió..., lo que siento es que ataques
genocidas a otros colectivos no tengan la misma denuncia y la misma
consistencia, como el genocidio de los republicanos españoles que salieron de
España en 1939 y acabaron en campos de concentración, el de los gitanos, el de
las personas con síndrome de Down, el de los miles de enfermos mentales, etc.,
etc. También se olvida que hubo genocidios varios en la Rusia de Stalin, que se
sabe que antes y después de la 2ª Guerra Mundial llevó a cabo una política anti
judía radical y sangrienta. No entiendo por qué se lo perdonan. En las
revoluciones marxistas que se originaron por todo el planeta hubo millones de
muertos y, por terminar con esta triste historia, recordar el genocidio que la
ONU consintió en Ruanda en 1994, que casi acaba con el país, y el último, no
por silencioso menos importante, el genocidio que se está extendiendo por
todo el planeta promoviendo la legalización del aborto. A millones de seres
humanos, a los más desvalidos, se les está asesinando con la ley en la mano en
trituradoras de elegantes clínicas. Pronto se asesinará a los ancianos aludiendo
a que originan muchos gastos al sistema de salud… ¿A qué dios ofrecen estos
sacrificios los que promueven el aborto y otras prácticas criminales, como es
utilizar como cobayas de nuevos medicamentos a los más desvalidos?
Quien niegue estos genocidios, que se lo haga mirar, pero que esté
tranquilo: nadie lo va a procesar por negarlos, convirtiendo la negación en delito.
¡Ah!, un detalle para finalizar y terminar de liarla: Dicen
que holocausto significa sacrificio, una palabra que hace referencia a los
sacrificios que los antiguos ofrecían a sus dioses, normalmente animales que
eran consumidos totalmente por el fuego. Cuando se ofrecía un sacrificio de 100
animales, se convertía en hecatombe. Con ese bagaje histórico, las autoridades
religiosas judías deberían haber elegido otra palabra más apropiada para
definir el asesinato de los suyos por parte del régimen nazi. Tan exquisitos a
la hora de hilar fino, deberían haber entendido que los nazis, si cometieron
genocidio contra ellos, no lo harían como sacrificio a ningún dios, lo harían para
exterminarlos. Tampoco la idea de quemar los cadáveres hasta dejarlos en
cenizas parece responder al objetivo de un sacrificio, como es que el humo
ascienda por los cielos hasta llegar a algún dios, la idea, de existir, sería
más simple: librarse de los cadáveres y hacerlos desaparecer aplicando técnicas
industriales.
Así pues, no se puede negar el holocausto judío en España porque
lo dice la Ley, pero aquellos asesinatos colectivos, si los hubo, deberían
haberlos tipificado desde el principio como un genocidio y no como un holocausto,
que es otra cosa. Si las autoridades judías lo conceptuaron como
holocausto, para ellos queda, pero no se puede meter en un Código Penal un
delito sin acotarlo y definirlo con toda precisión, que la pena por un delito
no es ninguna broma. El que la haga que la pague, y que no pueda escabullirse, por
falta de rigor de un legislador débil y chapucero, negando el delito mediante
un artificio tan sencillo como el descrito, diciendo que, si existió el
holocausto, no fue holocausto sino genocidio.
En cualquier caso, no nos impiden creer o no, que es algo que
queda en el interior de cada cual; además, lo de creer por creer es cosa
de fe, y la fe no todo el mundo la tiene o la merece. La verdad, sea la que
sea, no la sabremos; de las tres preguntas del filósofo, conocemos sólo dos:
¿quién lo dice? y ¿de quién lo dice? Nos falta conocer la tercera: ¿por qué lo
dice? Si alguna vez conocemos la tercera respuesta podremos afirmar o negar, lo que no sé es si nos dejarán. De momento, no.
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