domingo, 18 de noviembre de 2012

Justicia y Desahucios


Las reformas en las leyes deben perseguir las injusticias. Las hay a montones, pero ninguna injusticia tan flagrante como la que encierran las leyes que regulan los desahucios. A la hora de acercarse a los tribunales civiles para recuperar sus créditos, los poderosos -sobre todo cajas y bancos- no tienen necesidad de verles la cara a los desahuciados, que para eso pagan a abogados y procuradores, que les evitan ver el sufrimiento de los deudores, una especie humana que tiene la mala costumbre de no pagar, incumpliendo los contratos que firman, algo que pone en peligro la cuenta de resultados.

Aunque algunos dicen que los banqueros no gobiernan, la realidad deja claro que su influencia llega hasta los cielos. ¡Bueno!, de los cielos no estoy seguro, pero hasta el Vaticano llega su influencia, que el papa anterior, el Wojtyla, llegó a modificar el Padre Nuestro para descargar sus conciencias: 

Donde decía "...perdona nuestras deudas, así como nosotros perdonamos a nuestros deudores..."  puso: "... perdona nuestras ofensas, así como nosotros perdonamos a los que nos ofenden..." y se quedó tan ancho. Desde entonces, los consejeros de bancos y cajas no tienen necesidad de pedir a Dios que perdone sus deudas cuando rezan, y por lo tanto, tampoco están obligados a perdonar a sus deudores, porque el Padre Nuestro ya no habla de deudas.

La cruda realidad también nos dice que los propietarios desahuciados de sus viviendas salen de los juzgados sin vivienda y con la deuda casi intacta, para que sigan pagando sus deudas y no se ofendan los consejeros aludidos, los cuales podrían verse obligados a perdonar a los que les ofenden por esas minucias, que eso sería muy desagradable para sus señorías.

Pero dejemos el Padre Nuestro. La injusticia de las leyes con las que se deja sin hogar a muchas personas en nuestro país es manifiesta: mantienen la deuda y pierden la casa, (deudor y fiadores). Y eso no es fácil de entender, ni como ciudadanos, ni como cristianos, pues, en un tribunal, uno debería sentirse amparado, si no por las leyes, al menos por el juez. Y no suele ser así: los jueces ven pasar los casos por sus tribunales con la indiferencia que da la práctica forense y la impotencia de las leyes injustas; con esa misma indiferencia ven a los banqueros y a los subasteros moverse por sus juzgados, para quedarse con los bienes subastados a precio de saldo. Perra vida, por culpa de tanto avaricioso jugando con las necesidades básicas del ser humano. No hay palabras para definir a estos oscuros seres, que los buitres limpian la naturaleza de cadáveres y estos te desnudan estando vivo.

Las víctimas quedan condenadas por los restos a sobrevivir en la economía sumergida, pues, de no hacerlo, tendrán que seguir pagando la deuda contraída en un contrato hipotecario, deuda que seguirá creciendo con los intereses de mora. ¿Hay otra salida? La hay: emigrar y probar suerte en otro país, que aquí, digan lo que digan, mandan los bancos. Y ¡Cuidado!, que pueden perseguirte.

Uno se extraña, de que en un país con tantas escopetas, no haya nadie que se líe la manta a la cabeza cuando pierde la casa. Pues no: la única violencia que se genera es contra ellos mismos, que algunos se suicidan.

Seguramente, los españoles ya no somos tan fieros como nos creemos. Los hombres bravos de antaño, que conquistaron América con voluntad y hambre; los que hace dos siglos acabaron con el ejército de Napoleón a trabucazos; los que hace cuatro días nos enfrentábamos en guerras civiles hemos perdido la bravura. Ese genio y ese culto a la violencia ya no existe ¿es cobardía lo que nos queda?, porque caradura y jeta sobra, sobre todo a los que se han colocado bien arriba, como banqueros y políticos.

La justicia dice que hay que pagar las deudas y estoy de acuerdo: las deudas hay que pagarlas, pero que tengas que seguir pagando las deudas de tu casa después de que te hayan echado de ella... ¿? 

  


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