Las elecciones municipales y autonómicas ya han pasado. La duda es si han
servido de algo, porque las incertidumbres creadas superan la situación
anterior.
Vivimos en democracia, pero desde el principio se ha visto que la democracia
española adolece de graves defectos que complican nuestra convivencia y
restringen los derechos de los españoles frente a los derechos de los políticos
y de nuestros enemigos. ¿Hay algún interés en corregirlos? No, no hay ningún interés
por parte de nuestros políticos en corregir nada.
Los principales defectos son los siguientes:
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A los
partidos políticos españoles que se presentan a las elecciones no se les exige que
recojan en sus estatutos la aceptación de la Constitución y las Leyes de la
Nación Española. Antes al contrario, hay estúpidos o mal intencionados que
presumen de que nuestras leyes respetan y permiten a nuestros enemigos
presentarse a las elecciones, y que es legítimo que propongan nuestra
destrucción como nación, siempre que utilicen medios democráticos. Lógicamente,
esos partidos se dedican a socavar nuestra democracia, utilizando para
conseguir sus fines el dinero de todos. ¿Hay algo más estúpido que pagar voluntariamente
la soga con la que algunos nos quieren ahorcar? Esto no ocurre en ninguna
parte, y las democracias más solventes se defienden, prohibiendo esos partidos.
Aquí tenemos partidos etarras gobernando ciudades con el consentimiento de los
últimos gobiernos, que lo han permitido saltándose la Ley de Partidos
Políticos; no faltan partidos nacionalistas e independentistas que cuestionan
la unidad de España y nos amenazan al resto con la separación; también tenemos partidos
y organizaciones de izquierdas que deberían estar prohibidos por la historia de
sangre que arrastran, que disfrazados de demócratas, cuestionan nuestra
democracia, cuando se les ven sus intenciones, defendiendo y poniendo como
ejemplo democrático a regímenes totalitarios y asesinos.
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Tenemos
una ley electoral lamentable que se salta el principio de un hombre un voto.
Hay votos que valen más que otros, lo que permite a fuerzas nacionalistas conseguir en el Parlamento Español una representación mayor de la que les correspondería
por los resultados obtenidos. Una concesión más de los partidos de la
Transición a nuestros enemigos, unos partidos esencialmente cobardes y también traidores.
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Otro
gran fallo de la Ley Electoral es no tener previsto que haya segunda vuelta
cuando no hay un claro vencedor. Los partidos se saltan los derechos de los
ciudadanos, eligiendo en nuestro lugar, quién va a ser Presidente del Gobierno,
quién va a ser el Presidente de la Comunidad o el Alcalde. La mayor parte de
las veces acaban sentados en la poltrona los perdedores, que rápidamente se
ponen de acuerdo para suplantar la voluntad popular. Menuda democracia, y
menuda cuadrilla de ratas.
Lo anterior es importante, pero hay más:
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La
formación de los políticos no se cuestiona, permitiendo que auténticos
indocumentados llenen las listas de los partidos y se pongan a administrar presupuestos
para los que no están preparados. Otros, están demasiado listos para apoderarse
de los caudales públicos o aprovechar sus cargos para corromperse. Normalmente,
la corrupción es consentida por los partidos políticos españoles para
financiarse ilegalmente, que no pierden ocasión a la hora de buscar recursos,
comenzando por parasitar a los propios representantes, a los que se les quedan
parte del suelo. En fin, que el sistema no se preocupa de comprobar la
idoneidad de los candidatos, analizando sus curricula y entrevistándolos, antes
de darles paso franco.
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La formación
de los votantes tampoco se cuestiona, dando por supuesto que cumpliendo 18 años
todos estamos preparados para ejercer el derecho a votar. Para otros
menesteres, te exigen un examen muy caro de pasar, como el permiso de conducir, pero para votar nada exigen: nos dan
un cursillo acelerado cada vez que hay elecciones, escuchando a los candidatos
de los distintos partidos desmenuzar un programa cuyo incumplimiento no conlleva
ninguna penalización. Más que formados, acabamos hartos de lo que presumimos
son mentiras encadenadas y entre unos y otros nos machacan.
La realidad
nos dice que los votantes fallamos a la hora de dar nuestro voto. Pero más que por
acertar o fallar, deberíamos analizar el derecho que tenemos.
¿Por qué
podemos votar a los 18 y no a los 14 o a los 16? Por la misma razón, ¿estamos
preparados para votar teniendo 90 años? Para seguir conduciendo a esas edades
hay que pasar exámenes médicos concienzudos, para votar, no. Hay quien dice que
es más justo permitir el voto a un joven, que en los cuatro años siguientes va
a ser mayor de edad, que a un mayor que en esos cuatro años puede morir. Duro debate.
Profundizando
más, ¿vale lo mismo el voto de una persona sin oficio ni beneficio, ni
patrimonio, que no paga impuestos ni aporta nada a la comunidad, que el voto de
una persona que, estando al día en el pago de impuestos, tiene un patrimonio y
empresas que aportan puestos de trabajo y riqueza a la sociedad española? El voto del
primero puede ser irresponsable, pues nada se juega, mientras el voto del
segundo, en cada elección se juega la hacienda. No es popular traer a colación
el viejo concepto del voto censitario, que se supone superado, pero en nuestra
situación puede que haya que replanteárselo, con unas leyes que permiten votar
a extranjeros sin raíces españolas, por el simple hecho de estar censados en
España y ser mayores de edad. En su país no nos dejarian votar.
Nos quejamos de
situaciones injustas, cuando las llevamos consintiendo desde hace 37 años. Exijamos
más y pongamos nosotros los límites a los políticos: como dice un wasap que corre
por internet, el ladrón nos elige, al político lo elegimos nosotros. Mientras el
primero nos levanta cosas, el político que sale ladrón nos puede robar la
salud, la educación de nuestros hijos, la pensión, la vivienda, el trabajo y hasta
la conciencia. Y si en vez de ladrón nos quiere perjudicar más, puede echarnos
a reñir a hermanos contra hermanos, en otra guerra civil innecesaria, que sólo
responde a sus intereses.
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