Pasé casi 10 años de mi vida como alumno externo en un colegio escolapio. En ese tiempo, tuve ocasión de conocer aquél régimen de enseñanza, disfrutando y padeciendo, que de todo hubo. Pero tengo que reconocer, que no sufrí ningún tipo de acoso sexual, ni tuve conocimiento de que ningún compañero lo padeciera. Entre los profesores había de todo: jóvenes, maduros y ancianos; sacerdotes y seglares; militares y civiles; cuerdos y locos; serenos y violentos; ásperos y cariñosos. La mayoría, gente normal que intentaba que adquiriéramos cultura y conocimientos y que no se torcieran nuestros pasos. Hacernos “hombres de provecho” se decía entonces.
Tampoco corrían rumores de que tal o cual hubiera sufrido algún tipo de abuso o de que algún profesor tuviera costumbres malsanas. Las caricias y mimos estaban reservadas a los más pequeños, bajo el cuidado del Padre Pedro, tan chiquitín como ellos, y que, por su vida de sacrificio a los demás, hoy está propuesto para ser Santo.
Cuando dejamos de ser infantes, los mimos fueron sustituidos por una férrea disciplina donde no faltaba alguna que otra bofetada, normalmente merecida. En esto también tengo que reconocer, que la mayoría de los profesores no recurrían al castigo físico. Algunos curas seguían prodigando caricias a determinados alumnos, pero ¿quién de mayor no tiene gestos de cariño hacia chiquillos propios o ajenos que, por una u otra razón, te caen en gracia? No es faltar. Pero, ¿es posible que detrás de esas caricias el cura en cuestión obrara con malicia? No lo sé: puede que sí y puede que no. El sentimiento de paternidad frustrada puede ser muy fuerte en algunos hombres y pueden malinterpretarse algunos gestos .
Yo no estaba dentro de la cabeza de aquellos hombres, pero, entonces, la gente no sólo hablaba gesticulando, se tocaba más que ahora, como algo muy normal. No había tanta malicia. Los niños, como gesto de amistad con otros niños, nos agarrábamos por el hombro, y de esa guisa, caminábamos por la calle. Hoy sería raro. Me chocó un documental sobre Marruecos en el que se veía a dos hombres que caminaban por la calle cogidos por la mano y recordé, que en mi niñez, también en los pueblos existía esa costumbre, sin que se tildara de desviados a los que manifestaban su buena amistad yendo de la mano o cogidos por el hombro.
Parece que quiera justificar la pederastia y no es así: el que cometa semejante delito, clérigo o laico, que sufra el peso de la Ley. Pero no debe confundirse la parte por el todo, como se está haciendo en estos días. La Iglesia no tiene que pagar por los delitos que haya cometido alguno de sus curas, como el Estado no paga por los delitos de los malhechores, cuando es el responsable de la seguridad de todos los ciudadanos. Así y todo, lo que tiene que ver con la Iglesia siempre es más grave ¿Cuántos pederastas habrá habido en organizaciones ajenas a la Iglesia, de las que no se habla? y también en otras religiones: ¿o es que entre los musulmanes no ocurren estas cosas?, ¿y entre los judíos, protestantes, budistas, etc.?, ¿acaso no habrá rabinos y pastores protestantes -por limitarnos a Occidente- caídos en estas y en otras desviaciones? Se lee entre líneas, que es el celibato de los curas la causa principal de que algunos religiosos hayan cometido pederastia en el pasado, pero es una razón falsa: muchos civiles que incurren en la pederastia están casados.
El celibato, por trasnochado que esté y sea una reliquia de otros tiempos; por injustificado que sea, es una opción voluntaria, tomada por gente mayor de edad y en perfecto uso de sus facultades mentales, que desean pertenecer a una institución como la Iglesia, que oficialmente tiene cerca de 2000 años, pero que en realidad tiene muchos miles de años más, como organización sacerdotal heredera de viejas religiones paganas. Creo que nadie entra engañado en ella.
Es cierto que en el pasado la Iglesia callaba y que en algunos casos se limitaba a cambiar de acoplamiento al clérigo delincuente. Mala actitud era esa, pues tapando los delitos no se corrigen, pero también tenía sus propias cárceles, donde enviaba a los clérigos transgresores donde intentaba cambiar su conducta. Hoy esa actitud ha cambiado y la Iglesia no duda en expulsarlos y denunciando al transgresor a la justicia ordinaria. También responde por los errores del pasado, con lo cual, poco hay que criticar.
Ahora falta que se destapen también los casos de pederastia acontecidos en otras religiones no católicas, e incluso, en instituciones del Estado, las que han cuidado secularmente de nuestros menores más desprotegidos: los huérfanos, que, seguro, también habrán estado expuestos a degenerados de este tipo.
Pero, ¿quién ataca a la Iglesia en este momento y por qué? Imagino que los responsables son los mismos que le vienen disputando desde hace muchos siglos el poder en la Tierra. Se esconden detrás de todo tipo de organizaciones, pero son fáciles de localizar. La Iglesia hace muchos años que no los persigue y le han perdido el respeto aprovechando su debilidad. En España, los que nos gobiernan, odian a la Iglesia y airean sus vergüenzas, ocultando las propias y tergiversando la historia. Además, consciente o inconscientemente se arriman a otras confesiones, en perjuicio de todos. Van a una con esos enemigos de la Iglesia a los que sirven.
Sabemos que la Iglesia no siempre ha sido un ejemplo a seguir, sobre todo cuando ha estado gobernada por esos enemigos, que infiltrados entre sus filas, han conseguido apoderarse de ella doblegando y explotando a toda la cristiandad a través de papas afines. Esas misteriosas organizaciones, aunque tienen tentáculos poderosos dentro de la Iglesia, últimamente, parece que han apostado por acabar con ella. ¿Querrán acaso que se cumplan las profecías que se inventaron sobre el último Papa? ¡Ojo con ellos!
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