domingo, 21 de julio de 2013

Lo que algunos llaman Sinarquía está próxima. La señal, que la homosexualidad está en ascenso y la virilidad en descenso. Capítulo II.



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Es complicado entender a gentes que se mueven por mecanismos diferentes a los nuestros. Nosotros aceptamos que estamos en este mundo sin entender lo que hacemos aquí; sabiendo que vamos a morir, vivimos como si fuéramos a ser eternos; nos confiamos a un dios, también incomprensible, dando por cierto que es bueno y que mira por nuestro bien al traernos a esta vida; y pensamos, que yendo en el mismo barco, tenemos que comportarnos como hermanos o al menos como compañeros o como amigos. 

Pues no: hay gentes, que desde hace miles de años, nos miran como a ganado, y cuando el ganado se les revuelve, como a enemigos, y en ese caso, puedan más o puedan menos, terminan castigándonos. 

En sus profecías tienen por cierto, que llegará el final de los tiempos cuando la humanidad se haya degradado en sus costumbres y se haya normalizado entre los hombres la homosexualidad. Entonces habrán conseguido la victoria. Pero no dejarán que se cumpla por sí sola la profecía, que no la tienen por tal: es un simple mandato del camino por el que nos tienen que llevar al resto de los hombres, para que su iracundo dios constate que nos hemos degenerado y nos destruya. Ejercen con nosotros de pastores, además de carceleros, y casi nunca se dejan ver: se limitan a dar las órdenes a otros, mientras ellos acumulan poder y riqueza para que nadie se atreva a contrariarles. En estos momentos, andan enredados en fomentar nuestras perversiones, para conseguir cuanto antes sus terribles deseos, que son objetivos irrenunciables. 

Nuestros enemigos se han hecho los amos del dinero, del oro, de los diamantes, y de cualquier cosa que tenga valor como forma de pago; también dominan el comercio de alimentos, la energía, el transporte y los medios de comunicación; tienen influencia para imponer los precios en los sectores económicos primarios, apoderándose poco a poco de los canales de distribución, siendo suyas las grandes superficies, donde imponen precios a base de marcas blancas. Ante sus agencias informativas, sus medios de comunicación de masas, y ante su propaganda, de poco valen los ejemplos y las censuras sociales, pues han conseguido que hasta las mejores familias de nuestra sociedad se hayan corrompido en sus costumbres.

Pero, ¿estaban equivocados nuestros mayores al casarse civil y religiosamente un hombre con una mujer, la mayoría para toda la vida, rechazando por principios la homosexualidad, el aborto, y aceptando los 10 Mandamientos como el resumen de las leyes humanas? Un NO rotundo es la respuesta.

Potenciando el movimiento homosexual y favoreciendo sus asociaciones, atacan a la familia tradicional por otro flanco, debilitándola cada día más, que las yagas que nos han provocado, no se cierran, por el contrario, van pudriendo la carne y se van acercando al hueso. Con la relajación de las costumbres, están promoviendo el desarrollo de la homosexualidad, que deja de ser mal vista, haciendo dudar a muchos hombres y mujeres de su propia condición sexual. 

La legalización del matrimonio homosexual en el mundo es una herramienta más, pensada para corromper la moral en los países desarrollados y también los valores tradicionales de nuestra cultura, valores ajenos hasta hace unos pocos años a la perversión de costumbres que consentimos en los llamados países modernos, perversión dirigida principalmente a nuestra juventud. Acostumbrados desde niños a ver normal la indefinición sexual, nuestros adolescentes varones van afeminando sus costumbres, comenzando por el culto al cuerpo. Debido a la falta de formación, a la falta de valores y de creencias religiosas, muchos jóvenes se echan en brazos del hedonismo, y en la búsqueda del placer, confunden fácilmente la moral sodomita con la propia del hombre civilizado. Y aunque puedan seguir teniendo hijos, sus mentes, transformadas por falsos principios, se alejarán poco a poco de la mente propia del hombre de antaño: la mente de nuestros abuelos y bisabuelos, que cualesquiera que fueran sus conocimientos, tenían las ideas muy claras sobre lo que favorecía y perjudicaba a la especie (lo que estaba bien, y lo que estaba mal). Nuestra juventud pierde así las referencias, disminuyendo poco a poco en ella la virilidad, con lo que las costumbres de las siguientes generaciones, atrapadas en la trampa de un falso pacifismo y en un falso progreso, se verán cada vez más debilitadas, en favor de los planes de nuestros enemigos.

Está claro quiénes son esos enemigos: son los más altos poderes de la Tierra; la élite que controla desde la sombra las agencias de rating, las finanzas del mundo y a los gobiernos más poderosos -sean del signo que sean-; son los que deciden la guerra y la paz en función de sus intereses; los que metieron a sus servidores en la Iglesia Católica cambiando su ritual, sus cánones y su dogma, para confundir a los católicos; los que han decidido corromper a la sociedad de los hombres, cambiando sus valores y tradiciones de forma traicionera; son los satanases que adoran y obedecen al diablo y a su becerro de oro, disfrazados de cristianos, de judíos y de lo que haga falta (que tanto les da el disfraz).

Esos poderes fomentan el matrimonio homosexual con la misma finalidad. No es el signo de los tiempos, es algo previsto por nuestros enemigos para engañarnos y terminar de vencernos sin pelea. Aunque ya lo dominen todo y gobiernen a través de otros, cuando llegue el momento, con la virilidad de la sociedad disminuida, entraremos como ovejas al matadero sin revelarnos, creyendo que nos van a esquilar gratis. En ese momento, saldrá su Sanhedrín a la luz, seguro de que va a ser aceptado por todos, y lo hará dictando como emanados del verdadero Dios los designios del Señor al que obedecen. Se habrán convertido formalmente en los dueños del mundo y ejercerán  como tales. La democracia, cumplida su misión, será arrojada lejos, no vaya a ser que algunos quieran cambiar de gobierno mientras ejecutan sus planes de dominio total. Ya llevan tiempo desacreditando a la democracia, al poner nombres democráticos a sus falsas repúblicas y haciendo creer a muchos tontos que la socialización y el comunismo eran buenos para el hombre.

Estos manipuladores fomentan la sodo-bomorrización de esta sociedad, mientras defienden para sus propias familias, que son grupos tremendamente cerrados, los valores más puros y tradicionales. En su sociedad, la mujer apenas cuenta fuera del hogar; y en cuanto a los sodomitas, simplemente los desprecian, fuera de que semejante desviación bíblica –que es como la consideran- la practiquen sus sacerdotes en sus ritos más secretos. Lo que está claro es que quieren pervertir a nuestra sociedad para debilitarla, pero no quieren ver pervertida a la suya, que ha de mostrarse fuerte, purificada y unida, en el final de los tiempos. Un final de nuestros tiempos, que para esas élites, servidoras de un Señor tribal propio, son los tiempos en los que esperan que ese Señor –un terrible demonio- cumpla sus promesas y los entronice sobre todas las naciones, antes de destruirlas. En un mundo donde reina la mentira, no sería extraño que su Señor los engañara (entre pillos anda el pleito, que ellos mismos no le harían el menor caso, si no fuera por el temor que le procesan).

Han podido ser muchos los cambios que han ido promoviendo en el mundo, para torcer el destino de los hombres, sin que nos diéramos cuenta del perjuicio que nos propinábamos aceptándolos. En nuestro tiempo, han potenciado la masificación de la población, antes dispersa, y también han procurado igualar las culturas en un mundo que se ha convertido en una aldea global. La despoblación del campo nos ha llevado a vivir masificados en ciudades, donde habitamos pequeñas viviendas, pendientes de los mensajes que nos dan por la radio, la televisión estas élites, y de lo que recibimos de los amigos virtuales de Facebook, Twiter, u otras redes, sin relacionarnos con otras personas fuera del trabajo, ni con la propia familia; con el cambio, también se han ido perdiendo costumbres ancestrales y muchos valores, pues, en la ciudad, las gentes apenas nos conocemos y no existe la censura social, como existe en los pueblos, donde se conservaban muy bien las tradiciones y las desviaciones se corregían. 

Pero el despoblamiento rural no ha sido tampoco casual: en dos siglos, esas élites han generado en los países de Europa, América y en otras partes del mundo, una revolución industrial que ha atraído a las gentes del campo a las ciudades, y unos planes de desarrollo tecnológico que han servido para que la mayor parte de los hogares estén mecanizados o en vía de estarlo. Todo ello forma parte de esa trampa de la paz, un engaño en el que nos intentan hacer caer los dirigentes religiosos de estas élites, obedeciendo las instrucciones que dicen recibir de su peculiar dios, para que resulte inapropiado y salvaje que nos revelemos contra lo que llaman progreso.

Con la trampa pacifista, desde la más remota antigüedad, intentan hacer sentir a los hombres –sobre todo a la juventud- que forman parte de este mundo, y que en él pueden ser felices; intentan hacerles olvidar que estamos sujetos a la muerte, y aun cuando no lo consigan del todo, que creamos que el final de la vida está lejano y que afecta únicamente a los más viejos. Nos hacen creer a los seres humanos, que la acumulación y posesión de bienes da la felicidad y garantiza el futuro. Y es que el hombre que posea abundancia de bienes no participará en aventuras, defendiendo ideales que puedan poner en peligro sus propiedades, bienes que garantizarán la felicidad de los suyos. El hombre poseedor de bienes será un defensor de la paz, por más que esa paz lo esclavice, atándolo a la tierra y a las cosas que este mundo le pueda ofrecer, y ello, sabiendo que nada se podrá llevar cuando muera. Le dará igual: sus hijos podrán servirse de las cosas que él les deje. Con la guerra por el contrario, la propiedad de las cosas no está garantizada, y en ella, la violencia traerá de inmediato la muerte, el hambre, y la enfermedad de los seres humanos que la sufran. Aún así, la guerra es buena para los intereses de estas élites, y la promoverán en los llamados países del tercer mundo y en cualquier otro país del primer mundo donde crean que algo les amenaza. La trampa de la paz sólo es eficaz, si periódicamente se produce una guerra, atemorizando así a los que viven dominados, para que no se les ocurra revelarse. 

La rapidez de las comunicaciones por su parte, han acercado a los hombres, y las grandes distancias han dejado de ser un problema en nuestra época, pues, en pocas horas, se puede viajar de un punto a otro del planeta; también es posible que cualquier noticia sea conocida de forma instantánea en todos los rincones de la Tierra: lo mismo se puede hablar con otra persona mientras la estas viendo en una pantalla de ordenador o de móvil. Sin diferencias importantes en el modo de vida de los hombres, los medios de comunicación contribuyen a igualar todas las culturas a la altura de la estupidez. Da igual estar en Japón o en Madagascar: con mayor o menor dificultad, puedes encontrar sushi en cualquier parte del mundo, y cualquier chisme, canción o bailoteo se hace popular en todos los rincones del planeta.

Nos influyen para hacernos caer en sus trampas, pero somos nosotros los principales culpables de dejarnos influir, al aceptar las formas de vida que nos proponen: un trabajo masificado, en una ciudad masificada, donde las relaciones brillan por su ausencia y toda nuestra vida está compartimentada y dirigida por sus medios de comunicación de masas. Dependemos por completo para vivir modernamente de su electricidad, de su gas, de su combustible para el vehículo, etc., pagando por todo. Y nos hace creer que somos libres porque sólo trabajamos unas horas al día y a la semana, y podemos irnos de vacaciones. Vivimos con comodidades, pero son prestadas. El día que lo decidan nos cortarán los suministros y estaremos perdidos en las grandes ciudades, y aún en los pueblos, donde muchos han abandonado sus huertos y carecen de animales de corral, para completar su alimentación con huevos y carne. Sin electricidad, las ciudades se convierten en inhabitables en un par de días.

Pero la condición propia del hombre es la del guerrero, pues guerrero ha de ser el que quiera liberarse de su condición de esclavo, que es lo que es en este mundo el Espíritu del hombre. Por eso su guerra no ha de estar fundamentada en la posesión de las cosas, ni en la conquista del mundo, ni en la dominación de otros pueblos, que su Espíritu no es de este mundo. La guerra del hombre debe estar orientada a buscar la libertad, debe luchar para mantenerse despierto, para que no lo engañen haciéndole creer que es libre en este mundo. Su lucha ha de ser consigo mismo y contra los sacerdotes que siguen las directrices del Señor del Mundo, pues son sus enemigos e intentarán engañarle: ellos mismos aceptan el engaño y la mayoría no son conscientes de su cautividad. Lamentablemente, la mayoría desconoce su condición cautiva y no se revela, viviendo cómodo en la ignorancia de su condición de esclavo. Por eso no ven necesario revelarse. Los han domado: son pacifistas. Los han convertido en enemigos de sus hermanos despiertos, que son todos aquellos que han intuido que viven engañados y que en este mundo nada es lo que parece. 

Continua...

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