martes, 23 de julio de 2013

Lo que algunos llaman Sinarquía está próxima. La señal, que la homosexualidad está en ascenso y la virilidad en descenso. Capítulo III.


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No es casualidad que eso ocurra: en esta realidad de aldea global donde las gentes sueñan con riquezas y comodidades, esas élites, asentadas sobre las finanzas mundiales, buscan tener bajo su cetro a los hombres de todas las razas y naciones, unificando también el culto y sus creencias, aunque sea por la vía de la generalización del materialismo y la destrucción de la espiritualidad. Lo hacen obedeciendo los mandatos de su temido Señor –demonio para el resto-. No es algo novedoso: lo llevan haciendo desde hace miles de años, por increíble que parezca. Ellos son ellos: Elegidos de un diabólico ser; los demás somos otra cosa: rechazados, ajenos, diferentes, inferiores, gentiles, gentes a las que se puede explotar, engañar, manipular y esclavizar… pero les somos necesarios: los esclavos exigen amos, como los cautivos carceleros -oficios que simultanean e intentan ocultar al resto de los hombres, que ejercemos de esclavos y cautivos sin saberlo-. Y es que somos cautivos en un mundo, en el que nadie sabe a qué ha venido, pero aquí andamos arrastrando a otros detrás nuestro, por la debilidad de la carne, y pasándolas todos canutas, dentro de un cuerpo que nace tierno y terso, pero acaba arrugado y lleno de achaques. En esa situación de desorientación, estando esas élites y las gentes que los consideran afines, en la misma situación que nosotros, ejercen para su Satán de carceleros y vigilantes del resto de los hombres. Al fin y al cabo, ¿hay alguien con dos dedos de frente que pueda afirmar que no vivimos en el infierno? Son sus sacerdotes los que ejercen esos oficios. Para eso se infiltran en la cúpula de todas las organizaciones religiosas que pueden, para ejercer la tutela espiritual de los hombres y controlarnos a todos. Pueblos Levíticos llaman a aquellos que envían a sus hijos a ejercer de sacerdotes. Por laudatoria costumbre se tenía.

Nos necesitan débiles y, según ellos mismos reconocen, nos necesitan como componente para su lejía, la única capaz de quitar el signo o mancha de las piedras, manchas que deben ser pecados abominables para sus sacerdotes, atendiendo a lo mucho que les avergüenzan. Y es raro, porque estas gentes no se avergüenzan fácilmente. Seguramente, la mancha o el signo que quieren borrar es el de la traición: la traición de su propio Creador (conocido también como Kronos-Saturno) a su mitológico padre (Urano), al que capó; y la traición de este pueblo, al resto de la humanidad, a la que sacrificarán sin pestañear a su Señor ¡Eso sí!, cuando les sea ordenado y reciban la señal. Cuando acontezca y reciban la orden suprema, transformarán a esta humanidad con la que tan poco simpatizan, en ceniza; las lluvias harán el resto y formarán un océano de lejía (aunque el océano sean muchos charcos y lagunas, que siempre se exagera). Forjando la débil voluntad de los hombres, podrán ejecutar tan terrible sentencia sin esfuerzo, pues nosotros solitos, sin oposición, nos habremos convertido en la lejía limpiadora a la que nos han destinado estos terribles compañeros de viaje, y mientras el destino llega, seremos el aceite que haga funcionar sus negocios. De poco sirve ser rico sin pobres, sano sin enfermos, justo sin pecadores. Nosotros somos pobres en dinero y ricos en ignorancia; estamos sin protección, que no hay dios que nos ampare como a ellos, y sus jefes religiosos no ven con buenos ojos que sus lobos se arrimen a los carneros sin disfraz: podrían intuir que también ellos son cautivos y mortales y, por supuesto, iguales al resto de los hombres, y tan carneros como nosotros, con lo que se les caería toda su estructura de engaños. El único pecado que hemos cometido los demás es no haber nacido en una de esas familias de elegidos y dejarnos engañar en toda época y lugar por las mentiras que han venido tejiendo: somos simples y confiados, y nos ven como futura ceniza.

Las maniobras que han llevado a cabo en los últimos siglos para hacer posible la consecución de sus planes de dominación no han sido pocas: todas estaban pensadas para hacerse con todos los hilos del poder en este mundo y todas sus maniobras han ocasionado entre los hombres y naciones que las han padecido grandes sacrificios, traducidos en dolor y en sangre. Sus gentes no se han librado de los sacrificios ordenados por sus élites, que muchas veces iban dirigidos a torcer la voluntad de los propios más que la voluntad de los ajenos, para recuperar el control sobre los hombres que consideran suyos. El número de víctimas –fueran quienes fueran- nunca les ha preocupado: las han convertido en ofrenda y sacrificio a su falso dios. Nos ven como cuerpos, material reciclable, ceniza como dicen. Pero quien sacrifica a otros para honrar a su dios no hace ningún sacrificio, son los que ocupan esos cuerpos los que hacen el sacrificio de morir, y si acontece, el de volver a nacer. Con el cuestionado sacrificio, sus pontífices matan dos pájaros de un tiro: por una parte, destruyen a sus enemigos, y por otra, los convierten en inofensivos llorones, en materia renovada, carne joven, en inocentes e ignorantes todos; sin nadie que nos advierta al volver a nacer, del lugar en el que hemos caído, ni de las gentes que en realidad nos gobiernan e imponen su voluntad: somos pues, presa fácil. Con decirnos que Dios nos ha puesto aquí por motivos inescrutables, lo solucionan. Es todo mentira. Sin alejarnos muy atrás en una historia falseada:

-  Promovieron y financiaron el Protestantismo para quitarle poder a la Iglesia de Roma. Ellos la dirigían y explotaban desde el siglo V, a través de algunas órdenes religiosas contemplativas a las que financiaban sus obedientes élites. Pero se descuidaron y fueron desalojados de la misma en el siglo XIV, por los inquisidores de las nuevas órdenes mendicantes, que los persiguieron, como enemigos que eran de la cristiandad.

-  Aprovecharon el protestantismo para tener unos territorios en los que no fueran perseguidos. Pronto pensaron en la forma de recuperar el poder en la Iglesia, y lo hicieron a través de la orden Jesuita, una orden nueva que ellos mismos promovieron para sus oscuros fines. Hoy día, los jesuitas no se sabe bien a quién obedecen. Nunca se ha sabido. El Papa es un jesuita disfrazado de franciscano y ya está destapándose contaminado de Teología de la Liberación, contaminada de comunismo.

- Organizaron la Revolución Francesa con ayuda de organizaciones interpuestas (una nueva masonería radical promovida -se dice- por los jesuitas, para quitarles el poder a la nobleza y a los Borbones en Francia, a los que guillotinaron). Sin embargo, la burguesía tras la que se escudaban no tomó el poder, lo ejercieron ellos a través de gentes obedientes. Los reyes afines, sobre todo la dinastía inglesa, salieron fortalecidos y encumbrados con esta revolución; sin duda, como pago por el refugio y apoyo que dieron a estas gentes, cuando fueron perseguidos por la Iglesia y sus reyes, unos siglos antes. El Imperio Británico  llegó a la cumbre de su poder, y su ejército y su marina ejercieron desde el siglo XIX de policía mundial al servicio de las grandes empresas comerciales de la City, dominada, como no, por sus financieros. El premio por la protección prestada. 

- Llevaron a cabo la Primera Guerra Mundial para castigar a la cristiandad en Europa y acabar con el Zar, que los había atacado en su fe. También, porque querían imponer en Rusia el invento jesuita que había tenido bastante éxito en las reducciones guaraníes; el invento fue acomodado a los intereses y objetivos de estas gentes por dos intelectuales, Marx y Hengels, que trabajaban a sueldo de una de las familias de banqueros más importantes de la época.

- Promovieron el Comunismo en el resto del mundo para poner bajo su yugo a muchas naciones, aprovechándose de las masas proletarias: les hacían creer a esas masas, que cuando mataban a sus gobernantes y acababan con las clases burguesas, llevaban a cabo un acto de justicia, y que a partir de ese momento, pasaban a ser todos iguales: lo que era falso. El marxismo era la vía que habían previsto para conseguir el poder en los cinco continentes en pocos años: en realidad, acababan con las clases dirigentes y esclavizaban por el terror a las masas proletarias. A esas masas les llegaba la igualdad por una sola vía: la del hambre, que compartían con todos los de abajo, mientras, los cuadros del partido, la policía y los militares gozaban de poder y privilegios inalcanzables a las masas civiles. A pesar de su fracaso, representado por la caída del Muro de Berlín, ha sido tal el peso de las mentiras del marxismo, que todavía, muchos que se consideran progresistas y no lo han vivido, creen en ellas, equiparando al marxismo con el ideal de libertad para los hombres, considerándose por ello más demócratas que los demás. No quieren reconocer, a pesar de la evidencia, que marxismo y comunismo son sinónimos de totalitarismo y represión, lo más alejado de una vida libre y de un mundo justo. Pero la realidad y la verdad son invisibles para muchos.

- Iniciaron la Segunda Guerra Mundial para completar el plan de la Primera, y acabar con las naciones que consideraban enemigas, pero también, para convencer, por las buenas o por las malas, a sus propios hermanos, de que tenían que estar dispuestos a emigrar, aunque se sintieran parte del país que les había acogido por generaciones. Pecado imperdonable el de echar raíces para un miembro de ese Pueblo, pues, a lo largo de los siglos, sus cohens no se lo han permitido, obsesionados en cumplir los mandatos de su Señor, el Príncipe de este Mundo. Periódicamente, han cortado las raíces que han echado sus gentes en todos los países; en este caso, para que fueran favorables al resurgir de un Estado fallido en la antigüedad, emigrando a él cuando recibieran la orden -una idea muy discutida entre los suyos-. Lo lograron, y lo hicieron acabando con el peligro de perder su identidad, ya que, sintiéndose franceses, alemanes, húngaros, polacos, etc., sus gentes estaban perdiendo la identidad, y con ella, la fuerza que tenían como pueblo; de poco servía que siguieran practicando la misma religión si no obedecían a sus pontífices, que seguían los planes de su extraño Señor. Las persecuciones y desgracias les dan cohesión, lo mismo que los periodos de paz se la quitan, y la cohesión no la pueden perder sin desaparecer. En cuanto se sintieran iguales al resto de los hombres desaparecería su singularidad y se diluirían como pueblo. Desde mi punto de vista, se liberarían de las cadenas complementarias que arrastran.

No sé qué habrán previsto sus sacerdotes para sus gentes, ejecutado el sacrificio de la humanidad, con el poder del mundo en manos de su sanhedrín, en un planeta sin naciones, y con los gentiles convertidos en ceniza limpiadora. 

Estarán solos y cualquier nuevo nacido pasará a ser de su estirpe y condición ¿De qué les servirá su actual riqueza y su poder, sin tener a nadie a quién dominar?, ¿tendrán que ganarse el pan con el sudor de su frente? El pan recién hecho se pone duro, por eso hay que hacerlo cada día, que no es agradable comer corruscos ni meter al microondas el pan congelado.


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