En mi entorno son varias las víctimas que ha causado. Las últimas van sobreviviendo entre sesiones de radio y quimio; las anteriores, pasaron por el mismo trago hasta que no pudieron más y la morfina se las llevó.
¡Qué futuro tan negro!
Ya no nos morimos de enfermedades corrientes como antes: decrepitud, apoplejía, pulmonía secreta, bronquitis, garrotillo, enterocolitis, fiebre tifoidea, gripe, sarampión, disentería, tuberculosis, parto, laringitis, tosferina, cólico miserere, etc. En nuestro tiempo, la muerte ha perdido su amplio abanico de posibilidades y se limita a aplicarnos las tres ces (C.C.C.): Cáncer, Corazón y Carretera. Nuestros bisabuelos no sabían de qué iban a morir; nosotros tampoco, pero casi podemos hacer apuestas de trilero, que acertamos.
Uno mismo desea ser de los pocos afortunados que tienen una muerte dulce, de esos que amanecen fríos y dan el último disgusto a su familia; tampoco está mal morirse rodeado de los seres queridos, que ven como te vas apagando sin ningún dolor, pero de pronto mejoras, y te da tiempo a despedirte: sin rencores ni reproches, dando bendiciones y recibiendo el cariño de todos, entre lágrimas y disimulos.
Mucho pedir es eso en estos tiempos, que en cuanto te sientes malito, te vas corriendo o te llevan a un hospital. Allí ya no eres tú el que decide: todos se empeñan en sacarte adelante, que la cosa esta muy mala y hay que seguir pagando la hipoteca, el préstamo del coche, la TV tridimensional, etc.
Si sabemos que tenemos que morir ¡Qué más da hacerlo antes o después! Aferrarse a este mundo con tanta fuerza no es normal, pero nos han educado a vivir de espaldas a la muerte, pensando que la vida lo es todo. La higiene y la buena alimentación, con la ayuda de la medicina, han hecho posible que pasen los años para la masa proletaria y tengan una salud envidiable a los ochenta años o más. Eso ayuda a que el engaño se perfeccione y nos sintamos eternos; sólo tenemos en cuenta el cuerpo, sin reflexionar demasiado sobre nuestro futuro, que no está en este mundo. Aquí se quedará ese cuerpo indestructible, que se pudrirá más pronto que tarde y terminará desapareciendo irremediablemente.
Sabiendo que eso ha de pasar, ¿por qué nos empeñamos en vivir como si fuéramos a permanecer siempre en este mundo? –las palabras “NUNCA” y “SIEMPRE” deberían desaparecer de nuestro lenguaje-, ¿por qué intentamos apoderarnos de una parcelita de este mundo y hacerla nuestra? Mi casa, mi piso, mi finca, mi huerto, mi dinero, mis joyas…: mío, mío, mío. Los indios americanos tampoco entendían a los colonos europeos, que se empeñaban en apoderarse de la tierra. Los indios estaban más evolucionados espiritualmente, que los europeos, sabiendo que su Espíritu no era de este mundo y que nada de este mundo podías llevarte contigo al morir. Creían que los colonos europeos estaban locos: no se puede poseer el aire, ni el agua que fluye, lo más, están un tiempo con nosotros y vuelven a la naturaleza. Aquellos europeos y nosotros mismos seguimos creyendo en el gran engaño, somos seres dormidos, engañados: creemos que somos dueños de la tierra cuando es ella la que nos posee a nosotros y nos esclaviza. No nos dejes caer en la tentación dice el Padre Nuestro. Esa es la tentación, poseer el mundo. Pero, ¿para qué lo quieres?: si no te vas a quedar, ¿te lo puedes llevar contigo? Agua que se escurre entre los dedos, aire que vuelve al aire.
Volviendo al cáncer. La palabra cáncer sigue tomándose como una sentencia de muerte, y aunque los índices de supervivencia para los enfermos de cáncer hayan mejorado mucho, en la sociedad no terminamos de acostumbrarnos a aceptar esa enfermedad como una más. Suelen ser los mismos enfermos los que sacan fuerzas de flaqueza para animar a los suyos, diciéndoles que el cáncer se puede curar y que ellos van a salir. Y es cierto, pero, lamentablemente para ellos, el camino que tienen que pasar es un campo minado.
El cáncer siempre ha existido: bien, pasaba desapercibido o no alcanzábamos a vivir lo suficiente para llegar a sufrirlo, que eran muchas las enfermedades que acosaban al ser humano. Pero hoy es una forma de muerte cruel, que conlleva un largo periodo de sufrimiento y dolor para los enfermos, salgan o no adelante; ese sufrimiento es mayor, en general, que el sufrimiento de los accidentados en carretera o cuando se padece un problema cardiaco. Pero el daño para nosotros viene por no aceptar nuestra medicina al cáncer como lo que es: en una gran parte de los casos, la consecuencia física de una enfermedad del Espíritu. Que hay excepciones, las hay y muchas, pero el mecanismo parece ser siempre el mismo. Lógicamente, si viene de un envenenamiento por el tabaco u otra causa, no se va a curar tan fácilmente, pero si tiene su origen en una desilusión o en un gran disgusto, podrá curarse de la misma manera que vino, pero al revés: cuando se supere el disgusto y nuestro Espíritu recobre la alegría, el tumor remitirá solo. Lamentablemente, en muchos casos, los duros tratamientos a los que se somete al enfermo harán imposible la curación natural.
No quiero continuar. Clikear en el título y empaparos leyendo. Si después creéis o no... Da que pensar en quiénes son nuestros verdaderos enemigos, desde luego, el cáncer, aunque nadie lo desee, no lo es.
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