lunes, 8 de noviembre de 2010

José Luis: Intenta pasar desapercibido y ponte donde no molestes.


Aunque el plan continuaba viento en popa, la ocasión no era la más apropiada para seguir destruyendo los valores y la unidad del país. La cuerda podía romperse. Las encuestas de opinión empeoraban cada día y las alarmas y los miedos eran manifiestos entre los barones del partido, que veían peligrar su futuro político y laboral. Posiblemente, no todo estaba perdido, pero nadie se atrevía a denunciarlo. El problema era el Presidente del Gobierno, a su vez, Secretario General del Partido. No era fácil agradecerle los servicios prestados y ponerle de patitas en la calle de hoy para mañana; pues, en esos casos, se corre el peligro de perder el empleo y el futuro. Lamentablemente para el jefe, las alarmas también habían saltado en las altas esferas y algún grado mayor a XXX recibió una sutil sugerencia de cambio, que rápidamente trasladó al oído adecuado.

A estas alturas del mandato, las consecuencias de un escándalo podían ser imprevisibles; la sombra de la desintegración de UCD sobrevolaba amenazadora; además, no disponían del sustituto adecuado, pues, los pocos líderes que quedaban habían sido extrañados, sacrificados en la arena política, o consumidos por escándalos de corrupción en beneficio del líder cuestionado. Aun así, no podían dejar que el Presidente continuara haciendo desastres de forma tan explícita y perjudicial. Los dueños reales del partido seguramente convinieron en mantenerlo ocupado en funciones de segundo orden. Su Vice, bien aleccionado y acostumbrado a urdir planes diabólicos, tomaría las decisiones por él. Había que completar como fuera el mandato, intentando recuperar el electorado con alguna pirueta política o, como mal menor, evitar la mayoría absoluta del partido de la oposición y conseguir, en una nueva legislatura, los objetivos de desintegración pendientes para conseguir la perfecta sociedad progresista. A la vez, debían ganar tiempo, para preparar a un nuevo líder con pegada suficiente en televisión, capaz de ganarse otra vez al electorado.

Para conseguirlo, el flamante nuevo Vice dejaría las bambalinas para ejercer de Presidente, dedicándose a recibir Papas, a entrevistarse con empresarios, a hacer ruedas de prensa, etc.; mientras, el Presidente viajaría lejos, muy lejos, para facilitar su sustitución en determinados actos y seguir engañándonos. Ya no mandaría, pero querría hacernos creer lo contrario.

La democracia exige claridad: si el Presidente del gobierno no puede llevar adelante su programa, debería presentar su dimisión para que un nuevo líder pudiera formar gobierno; la otra posibilidad sería dar por concluida la legislatura y convocar nuevas elecciones. En ningún caso arrinconar al Presidente y sustituirlo por un Vicepresidente, saltándose el Parlamento y la Constitución.

El hecho, de haberse producido, constituiría una nueva forma de golpe de Estado en la que el golpeado estaría de acuerdo con el golpe -por el bien de su partido, se supone-, pues, de otra forma, lo hubiera destituido ipso facto.

No sé si el Presi se merecerá tanta ingeniería política, nosotros no.

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