domingo, 5 de septiembre de 2010

Nunca es tarde si la dicha es buena. Que nos pidan perdón.

Según información publicada en El Plural.com "Un franciscano abandona el sacerdocio, por estar en contra del obispo de San Sebastián, José Ignacio Munilla, al que tacha de anti nacionalista".

Hemos padecido durante muchos años la confusión existente en Vascongadas dentro de la Iglesia, donde miembros del clero y autoridades religiosas venían justificando, no ya el nacionalismo, como este franciscano, también el independentismo y el terrorismo. Hasta ahora, la iglesia de Roma se ponía de perfil en estos asuntos, que, por otra parte, dividían al clero español y provocaban escándalo. Bien venido sea el cambio, y más, si trae consigo la limpieza de clérigos carentes de caridad cristiana en casas parroquiales, sacristías, iglesias, catedrales, conventos, santuarios, universidades católicas, obispados, etc.

A lo largo de estos años, hemos visto nacer y extenderse por América la Teología de la Liberación, de la mano de eminentes jesuitas. La Iglesia, permisiva en un principio, pasó al ataque contra esta ideología que confundía cristianismo con marxismo. Juan Pablo II, enemigo declarado del marxismo, no dudó en utilizar todos los medios a su alcance, hasta acabar con ella. En Vascongadas por el contrario, los mismos que impulsaban la Teología de la Liberación en América, con la excusa de defender a los pueblos oprimidos, venían favoreciendo el nacionalismo, no importándoles en absoluto la ideología que hubiera detrás o los medios que utilizaran en su consecución: fervientes católicos de derechas dentro de un partido nacionalista que se decía democristiano; comunistas que han llegado a proponer candidaturas con el nombre de Partido Comunista de las Tierras Vascas;  una banda terrorista como ETA, que asesina discriminada e indiscriminadamente y una sociedad atrapada por el miedo dejándose arrastrar. Todos ellos colaborando contra un enemigo opresor inventado, que es el resto de España. Han sido muchos los clérigos vascos que han apoyado y justificado el terrorismo en Vascongadas, menospreciando a las víctimas y a sus familias, que se han visto obligadas a sacar a sus muertos de las iglesias vascas por la puerta de atrás. De poco sirven las condenas de los atentados, si no se pone orden entre los sacerdotes y clérigos que los apoyan.

Sabemos de la dificultad de distinguir a los individuos de las organizaciones a las que pertenecen, a la hora de aplicar responsabilidades, pues, cuando el que pertenece a una organización comete un delito o cualquier acto vergonzoso, la organización nunca es imputable y suele desentenderse del socio, que se come solito el marrón, aunque haya sido inducido a obrar. Así y todo, la historia es la que es: ETA nació a mediados del pasado siglo, gracias al impulso de organizaciones religiosas (en cualquier enciclopedia de Internet cuentan el proceso); después, entre todos favorecieron la confusión, pero, también favorecieron la creación de un entramado social, económico y político nacionalista, para ayudar en el objetivo mundano de crear una nación en una región más de España, a través de un camino hecho con sangre.

Sin duda, el franciscano en cuestión habrá colaborado con su extraña piedad, en la utópica y sangrante idea de ascender a la categoría de nación la tierra que vio nacer al pequeño Iñigo, una tierra que formaba parte de España y que Iñigo defendió como soldado de las tropas castellanas frente a las franco navarras, que pretendían recuperar el reino de Navarra, en manos de Castilla. Este Iñigo cambió su nombre por la versión latina del mismo, Ignacio, por ser más común en las otras naciones. Entendemos el enfado franciscano, al ver que el plan secesionista podría estar fallando, pues sus ejecutores no contaban con que el Vaticano pusiera en Vascongadas a obispos que no comulgaran con una religión exclusiva para nacionalistas y que no temieran imponer en Vascongadas el orden y la obediencia entre el clero.

Suponíamos, que seres espirituales como este franciscano, habían sacrificado su vida en la Iglesia Católica, para orientar a los cristianos en particular y a los hombres en general, a encontrar la salvación; también suponíamos que, personajes como él, no distinguían entre hermanos y ayudaban a todos por igual -como hace el hermano "Patera", franciscano como él, con los que llaman a su puerta tras pasar el Estrecho de Gibraltar. Muy a pesar nuestro comprobamos, que este renegado distingue entre amigos (los nacionalistas vascos) y enemigos (los demás). Incluso, se atreve a tachar de anti nacionalista (anti vasco) al bueno de Munilla, que parece buen cristiano y, además, buena persona.

No nos engañemos: este personaje no ha sido nunca franciscano ni cristiano; pues no ha asimilado ninguno de los mensajes de san Francisco de Asís, ni los mensajes de Jesús. Es un burdo servidor de Satanás, que ha vivido disfrazado entre los franciscanos, para favorecer al nacionalismo vasco, recibiendo prebendas por ello. Gracias a Dios, sus palabras le han delatado como lo que es; ahora, sin el hábito franciscano, le costará esconder el rabo cuando oficie a su Señor.

Pero, ¿seguirá vertiendo su veneno en las universidades católicas en las que pretende seguir dando clases? Seguramente encontrará quien le ayude, incluso medrará política y socialmente en esa sociedad de podredumbre.

Obispo Munilla: líbérenos de males como éste. Si el Vaticano se ha decidido de una vez por todas a imponer su autoridad en el País Vasco, que atornille bien a los jesuitas de Deusto y a los de la Obra de la Universidad de Navarra y a quien haga falta, para que este individuo no vuelva a dar clases ni en su casa. La Orden Franciscana, que haga lo mismo. Nos habremos librado de un pájaro de cuentas. Tampoco merece la pena atraerlo de nuevo a la fe católica, pues demasiadas oportunidades habrá tenido a lo largo de su vida de practicar la caridad cristiana con todos sus semejantes y diferentes y no lo ha hecho. Que la busque solo. Obispo Munilla, desde el respeto: hay muchos más como éste. A la calle con ellos si no se marchan. Que se lo tomen como penitencia si es que antes se arrepienten. Además, a uno lo pueden ayudar sus congéneres,  a ciento les resultará más difícil.

Ya de paso, siguiendo las costumbres del anterior Papa de pedir perdón a diestro y siniestro, aunque no hace falta, nos vendría bien a todos los españoles que el Papa actual nos pidiera perdón, en especial a las víctimas de ETA y a sus familiares -que son cerca de mil los españoles asesinados, todos católicos, sin que el Vaticano hiciera nada para imponer su autoridad en la Iglesia Vasca-, que durante más de 60 años, muchos de esos religiosos, siguiendo a algún obispo, se han dedicado a justificar desde el púlpito lo injustificable, abandonando a los verdaderos cristianos. Ahí están las iglesias vascas, llenas de ignominia y vacías de virtud.

Uno en su ingenuidad se pregunta: ¿Para qué querrán estos pájaros de mal agüero, disfrazados de catolicazos, convertir en nación las provincias vascongadas españolas? No lo dirán, pero seguro que buscaban un territorio donde continuar haciendo experimentos sociales sin que nadie los desautorice. No pasarán, pero si lo hacen, que se preparen todos los sectarios que se han echado en sus manos, defienden la causa e incluso han asesinado por ellos: serán sus familias las que sustituyan a los indios guaraníes como conejillos de indias en la futura teocracia socialista vasca. Que se olviden de echar atrás el proceso cuando no les guste, que si toman el poder estos sayones no los echan ni con exorcismos.

Tendrán la caradura de hablar de Dios para justificarse, pero no es a nuestro Dios al que ellos rezan. Nuestro Dios no pide sacrificios de sangre, ni exige a sus sacerdotes exterminar enemigos, que a todos nos debe considerar hijos suyos. Cuando los que dicen luchar por la independencia de los vascos mandan asesinar a alguien, están ofreciendo víctimas a su dios, un ser que vive, como ellos, del dolor ajeno. Parece una idea absurda que no entendemos los modernos, pero los sacrificios humanos siguen estando vigentes y son bien vistos por algunos jerarcas de los que dirigen el mundo: para ellos, estos sacrificios son bien recibidos por el ser que adoran, que ha de dar el visto bueno a cualquier cambio social que se pretenda hacer. Y son más habituales de lo que creemos: las bombas atómicas de Hirosima y Nagasaki pueden considerarse sacrificios humanos: el pago que tenía que dar Japón como castigo por tomar parte en la guerra en el bando equivocado. Nada las justificaba. Los genocidios de Ruanda... Etc. Para ellos, toda vida humana que no sea la suya, carece de valor, si es por la causa.

Muchos españoles estamos dispuestos a perdonar, pero, que primero se arrepientan y, después, como penitencia, que cumplan el castigo que merecen. La reconciliación siempre es posible.

Obispo Munilla: No ceje en su empeño de limpiar la iglesia vasca, que la gente de bien estamos con Usted.

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