Pocas veces tomo el autobús, pero ayer fue la excepción. Era un autobús enorme, de esos que arrastran un remolque con fuelle en medio y que debe cargar más de dos cientos pasajeros. Me senté detrás, en un espacio donde hay cuatro asientos enfrentados dos y dos y puedes verle la cara a los de enfrente y ellos a tí. Al otro lado del pasillo, había otros cuatro asientos en la misma posición.
Viajábamos poca gente. En los asientos del otro lado del pasillo se acomodó un joven de unos dieciséis años. Pelo largo, lacio y liso que parecía recién lavado, gordito y sin un solo pelo en la cara y de tez muy blanca. Vestía una camiseta negra con dibujos y mensajes en inglés y unos vaqueros algo caídos, con rotos preparados. Por último, calzaba unas botas de tela negra algo sucias, que imitan a las de balón cesto.
Pues bien, sin pensarlo dos veces, como los asientos de enfrente estaban vacíos, acomodó sus patas en ellos. Hasta ese momento, el mozo tenía piernas y pies como cualquier ser humano.
Se le veía aplomo en sus maneras, como si estuviera acostumbrado a hacerlo en casa. No le dije nada y me limité a observar. Yo, por mi parte, ocupaba solo mi asiento, con el respeto y las maneras sociales que adquirí.
Pensé que no lo hacía con malicia ni por desprecio a los demás, era su manera de estar; seguramente, que nadie le había dicho que esa no era forma de sentarse en un transporte público. Su crianza y educación, sin duda, flojeaban un poco.
Siguió en la misma posición hasta que las patas se le cansaron y le pidieron cambiar de postura; con toda tranquilidad, puso las botas en el suelo.
En un momento determinado pensé en preguntarle con la mayor educación posible para ver si me explicaba su forma de ver la vida. No lo hice, pero me fijé que los respaldos de los asientos estaban pintados con rotuladores muy gordos y que habían escrito algo ininteligible en ellos. Eso me pareció mucho peor que poner los pies en el asiento, con lo que me reconcilié con el chaval. Había otros chavales, sin duda mucho peor educados que él, herederos de aquellos vándalos que entraron en España y terminaron desapareciendo en el África profunda hace unos 1500 años.
¿He dicho desapareciendo? Me equivoqué: los vándalos nunca desaparecieron en África, siguen engendrando descendencia entre nosotros y entre otras cosas deplorables, lo pintarrajean todo.
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